8 de junio de 2021
Un rumbo incierto en el manejo de la política exterior de Colombia
El reciente cambio en el Ministerio de Relaciones Exteriores plantea muchas dudas frente a lo que busca proyectar el país con sus más cercanos aliados, pues está claro su desinterés hacia el resto del mundo, pero también profundas preocupaciones sobre el cálculo político que hace el gobierno de Duque en un momento en el que se juntan diversas crisis y una alta desaprobación interna de su gestión.
Directora de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales.
Candidata a doctor por la Universidad Externado de Colombia y la Universidad de São Paulo, magíster en derecho y relaciones internacionales y especialista en cooperación internacional.
@PaulaXRuizC | paula.ruiz@uexternado.edu.co
En Colombia, la política exterior se desestima tanto que, tradicionalmente, se usa para el pago de favores políticos, obtener resultados de corto plazo o vender la imagen de país que mejor se acomode a las dinámicas e intereses de los gobiernos de turno. Esta estrategia se repite gobierno tras gobierno y mina los esfuerzos y los avances que se logran.
El actual gobierno, por ejemplo, ha marcado una evidente distancia con el de Juan Manuel Santos. La apatía del presidente Duque por reconocer, o siquiera nombrar las acciones o avances emprendidas por el ex mandatario, llega hasta el grado de ni siquiera mencionar su nombre, como si por no hacerlo lograra borrar lo que fueron ocho años de gobierno y, para este caso, de política exterior del país. Esta es una determinación personal que le hace daño precisamente a esa imagen de país que tanto se quiere defender.
Pero lo cierto es que la lista de los desaciertos de este gobierno en materia de política exterior van más allá de hacer invisible al ex presidente Santos. Entre algunas de las decisiones del mandatario, se pueden recordar: el fracasado cerco diplomático que lideró Duque contra el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela; la decisión de salirse de Unasur, escenario en el cual el país venía liderando distintas iniciativas, para remplazarla por una confusa PROSUR; su empeño por desprestigiar el acuerdo de paz alcanzado en 2016, el cual había sido avalado por la misma comunidad internacional ante la que pretende ponerlo en duda. Estas son solo algunas de las decisiones que se han tomado en los casi tres años de su mandato.
Una política exterior de inmediatez
Podría decirse que la política exterior de este gobierno es una suma de decisiones que reflejan improvisación y cálculos políticos inútiles, que muestran escasos resultados. Un ejemplo reciente de ello es el viaje a Estados Unidos de su recién nombrada canciller, la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez: una visita relámpago, no esperada ni coordinada, que tenía como propósito pedir vacunas, pero muy especialmente, darle explicaciones al gobierno de Joe Biden sobre las manifestaciones que ya llevan más de un mes y sobre las que, desde distintas orillas políticas, se cuestiona el manejo que el Estado les ha dado.
Pero, ¿qué tan eficaz resultó su viaje? Con respecto a las vacunas, días después del regreso de la vicepresidenta–canciller, Estados Unidos anunció la donación de un número significativo de ellas para América Latina. Esto se hará a través del mecanismo COVAX, desde el que se distribuirán conforme al tamaño poblacional de cada país. En este sentido, podría decirse que no había necesidad de hacer tanto lobby por las vacunas, pues, como se hizo evidente, se solicitó algo que ya el gobierno estadounidense estaba gestionando. Es decir, tras la visita de Ramírez, no se tiene un mayor número de vacunas ni acceso preferencial a estas.
Lo interno y lo externo: difícil de balancear
Ahora bien, se están utilizando diversos discursos para referirse al manejo de las protestas, que hacen confuso lo que el gobierno busca obtener de la comunidad internacional. Lo único evidente es que Duque no ha podido poner fin al denominado paro nacional, en parte por la gama de solicitudes que vienen de distintas orillas —como la presencia de violencia y bloqueos que han acompañado las jornadas—, pero también por la incapacidad de mantener al margen los intereses del ex presidente Álvaro Uribe, que pareciera querer resucitar el modelo de seguridad democrática aplicado en sus dos mandatos.
La intervención del ex mandatario ha sido tal que que miembros de su partido emprendieron una gira paralela a la de la vicepresidenta–canciller a los Estados Unidos, con el fin de asegurar el respeto al estado de derecho por parte del Estado, utilizando el nombre del ex presidente Santos como chivo expiatorio de todo lo que sucede actualmente en el país, que sirva para atizar las dudas que sobre el acuerdo de paz se puedan cernir.
En últimas, lo que se evidencia es una especie de diplomacia paralela por parte de diversos actores políticos, lo cual es un error político que mina aún más la imagen de Duque y que le hace más daño al país, pues además se le suma la estrategia de la oposición por desprestigiar al gobierno actual por el exceso en el uso de la fuerza en el manejo de los bloqueos y la militarización de las ciudades.
No se puede continuar desestimando la importancia que tiene para el país un adecuado manejo de su política exterior, la cual debería entenderse como la suma de factores políticos, económicos, sociales y culturales que deben tener coherencia con las políticas del gobierno de turno, pero también con lo que ha sido la tradición del Estado, su identidad y su lugar en el sistema internacional.
Una buena política exterior debe pasar por representar los diversos intereses de todos los actores del país: partidos políticos, ciudadanos, empresarios, sociedad civil y el mismo gobierno. Para que esto ocurra, se debe formular una agenda que responda a objetivos concretos, que sea coherente con las metas señaladas en el plan nacional de desarrollo de cada gobierno, pero que también está alineada con los compromisos internacionales adoptados por el país.
Sin embargo, esto no ha sido un elemento presente en la política exterior del país, la cual ha tendido a subestimarse, pero no por desconocer su potencial; al contrario, se conoce tanto que por ello se cierra la participación a otros actores que puedan llegar a dilatar o desviar los intereses políticos que se dan tras su manejo. El rumbo de la política exterior del país es muy incierto, pero , de seguro, la imagen que se quiere proyectar no dimensiona la realidad de una sociedad que a gritos clama por verdaderos cambios y voluntad política.