3 de febrero de 2020
BREXIT: lo que comenzó, no lo que terminó
Rafael Piñeros, miembro de la Escuela de RR.II. de FIGRI, explica por qué el acto simbólico de salida del Reino Unido de la Unión Europea es tan sólo el inicio de un proceso aún más importante y delinea el desarrollo que la separación podría tener en 2020 y en el futuro cercano.
Rafael Piñeros
MA en Análisis de problemas políticos e internacionales contemporáneos
Doctorando en Estudios Políticos
Profesor e Investigador de la Escuela de Relaciones Internacionales – FIGRI
@RafaPinerosA | rafael.pineros@uexternado.edu.co
La semana pasada se produjo una gran conmoción por la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE). No se preocupen, es tan sólo el comienzo del fin. En esta entrada explicaremos por qué el acto simbólico de salida tan sólo es el inicio de un proceso aún más importante, y qué esperar en este 2020 y en el futuro cercano.
El 31 de enero pasado, a las 23:00 horas (GMT), Reino Unido salía del proceso de integración en el que participó por 47 años (casi cumple las bodas de oro). Su retiro fue pactado así en el acuerdo firmado en marzo de 2017 por la entonces primera ministra Theresa May y la delegación de la UE. Desde ese momento hasta diciembre de 2020, habremos estado en el “período de transición”, es decir, un tiempo fijado para cumplir de buena fe los compromisos asumidos. Londres no tendrá ni vos ni voto en las decisiones que tome Bruselas; así lo quisieron, así lo seguirán haciendo hasta el último día de este año.
Qué significa el retiro
Simbólicamente, el retiro de la UE significó el recogimiento de la Jack Union Flag de las instituciones europeas. También significa que los representantes británicos al parlamento dejarán de asistir al recinto, no habrá comisionado británico en Bruselas y tampoco asistirán al Consejo Europeo. El otrora imperio marino, ahora estará durante 11 meses a la deriva de lo que se decida Bruselas. Aberrante en términos de Churchill, quien, cuando se miraba a Europa, lo único que veía era la inmensidad del océano Atlántico.
Retomando una frase de Jean Monnet, podríamos decir que la salida de Reino Unido “no representa ni optimismo ni pesimismo, más bien una profunda determinación” a ambos lados del Canal de la Mancha. Ni los políticos, ni los medios de comunicación supieron detener la mala idea que significaba retirarse de un bloque que había traído progreso, acceso a un mercado de 450 millones de habitantes y un liderazgo incuestionable. Londres y sus dirigentes escogieron una retórica basada en “la voluntad popular”, “Brexit es Brexit” y “hay que hacer el Brexit posible”, lema de los tres primeros ministros que han enfrentado la situación, David Cameron, Theresa May y Boris Johnson, respectivamente. Ahora se enfrentan a un futuro incierto, no digo que esperanzador pero sí desafiante porque Reino Unido individualmente, a pesar de ser la octava economía a nivel mundial, no representa lo mismo que integrado a un bloque como la UE.
En otros momentos históricos, los virajes británicos han sido vistos con esperanza, optimismo y fe en el progreso. La revolución industrial en el siglo XIX, la expansión del estado de bienestar después de la segunda guerra mundial, y la revolución económica y liberal de Thatcher en los ochenta, aunque arriesgados, demostraron ser el camino adecuado para acelerar el crecimiento, la productividad y el bienestar social. Hoy hay más dudas que certezas, una población aún profundamente dividida por la decisión de salida y un entorno internacional en el que sus vecinos claman por más y no menos Europa.
Por el lado europeo, la situación cayó muy mal. No se explican cómo un país que ayudó a moldear la institucionalidad europea en los últimos treinta años en términos de competencia, protección al consumidor, regulación de mercados, etc. decidió salirse. Como lo dijo el presidente francés Nicolás Macron el mismo día de la salida: “también es una derrota para Europa y debe generar la necesidad de acercar las instituciones al proceso de integración. Ser más ágiles, más comprometidos con los problemas locales, más estrecha la relación con el ciudadano”.
Qué sigue en el proceso
En este período de transición, lo que viene es la negociación de la relación futura. Lo que se acordó fue el acta de separación, ahora hay que establecer cómo se van a entender británicos y europeos. Es muy improbable llegar a un acuerdo antes de finalizar el año -la negociación comienza el 3 de marzo-, teniendo en cuenta que la salida se demoró tres años, a pesar que el primer ministro B. Johnson insiste en que será posible.
Londres quiere un acuerdo de libre acceso a bienes y servicios y controlar la movilidad de personas y capitales. Bruselas ha dejado claro que pertenecer a la Unión cuenta y que, a pesar de que quiere la mejor relación posible, no podrá ser igual a la que tenían antes de la salida. Quién cede más y cómo se reparten las cargas o sobrecostos está por definirse. Y qué sucederá en caso de que no haya un acuerdo, lo menos deseado pero también una posibilidad por contemplar: las reglas de la OMC regirían las relaciones entre dos amigos históricos que deben reencontrarse nuevamente por caminos separados.
Hay sectores naturalmente sensibles, como los agro industriales, la pesca y otros como industria automotriz, ciencia y tecnología, que requieren no solo armonizar aspectos técnicos sino profundos desacuerdos políticos sobre a mejor manera de hacerlos competitivos y eficientes. Uno particularmente agudo será el de seguridad y defensa. Reino Unido era líder natural de la UE, tenía disposición para actuar, recursos físicos y unos servicios de inteligencia y militares de los mejores y más respetados a nivel mundial. Sus socios europeos fueron clientes seguros de algunos de los servicios prestados por los británicos. Pero Europa también ha demostrado que quiere ser más activo, por lo cual será en algunos casos una competencia importante y fuente de roces y tensiones en materia de política exterior en caso de no llegar a acuerdos puntuales sobre intereses comunes, prioridades geográficas y mecanismos de implementación.
Un futuro poco claro
No es posible anticipar qué sucederá, más allá de un nuevo tire y afloje, ataques de un lado y otro, y amenazas constantes sobre lo que será el proceso. Reino Unido iniciará un viraje más internacional, atlantista y global si se quiere, en el cual han mencionado como prioritario establecer acuerdos comerciales con países como Estados Unidos, Canadá, Australia y Japón. La incertidumbre frente a ello es qué podrá lograr de diferente o mejor ahora que negociará sólo, frente a otros que son iguales o más competitivos. Amanecerá y veremos qué le espera a la otrora potencia marítima. Para Europa, el futuro es continuar un proceso de ampliación y profundización de la integración, con la tarea de acercar el proceso a los ciudadanos y así evitar futuras rebeliones que pongan en duda la vitalidad del proceso que se acerca a los setenta años y que ha facilitado la estabilidad política y el crecimiento económico.
Amanecerá y veremos qué depara el futuro para británicos y europeos que decidieron separar sus destinos pero que, indiscutiblemente, deberán permanecer unidos, con la intención de fijar, ahora sí, un destino común, diferente al que tenían dentro de la UE pero unido en principios, valores y formas, así en ocasiones no se quiera reconocer.