31 de agosto de 2020
¿Comenzó la “Revolución Blanca” en Bielorrusia?
Daniel Trejos analiza las posibilidades de que la llamada "revolución blanca" genere un cambio de régimen en Bielorrusia, un país que funciona como "amortiguador" entre Rusia y Europa.
Estudiante de la Maestría en Asuntos Internacionales. Asistente de investigación de FIGRI
@daniel2trejos | francisco.trejos@uexternado.edu.co
Con respecto a las restricciones a la libertad, producto de las medidas para contener los efectos de la pandemia, han emergido voces que se preguntan por la vigencia o no de la democracia liberal. Acuden a la ya muy cuestionada eficacia de los regímenes autoritarios. Sin embargo, en contra de esa corriente, las voces de un pueblo que clama por más libertad han resonado en todo el globo desde hace algo más de dos semanas.
Me refiero aquí a las recientes movilizaciones en contra de Alexander Lukashenko, el “último dictador de Europa”. Estas iniciaron luego de las cuestionadas elecciones del 6 de agosto de 2020, que dieron a Lukashenko una cómoda victoria, con 80% de los votos, y le abrieron el camino para un sexto periodo como presidente de Bielorrusia.
Para el 23 de agosto, luego de 17 días de multitudinarias manifestaciones que se han tomado desde los principales centros urbanos hasta pequeñas aldeas, miles de personas se han reunido y demandado al unísono la salida del presidente.
Lukashenko ha gobernado Bielorrusia desde 1994. Su particular estilo de gobierno ha mantenido algunas de las instituciones que caracterizaron la Unión Soviética: la injerencia en la economía, la autocracia, las restricciones a la libertad de expresión y de prensa, las detenciones a líderes opositores, una oposición incipiente, entre otras.
Incluso, la policía secreta del país mantiene el nombre de KGB, que recuerda a aquella temida organización de antaño. Luego, no es sorpresa encontrar que el país haya ocupado el puesto 150 en 2019 y se mantuvo en los últimos lugares de la categoría de “régimen autoritario” en el conocido Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist, que da cuenta del estado de la democracia en 165 países y dos territorios.
Ahora bien, la actual coyuntura es inusual. El régimen permaneció en el poder con un alto grado de legitimidad hasta los comicios del presente año. Es por esto que, tras analizar lo hasta ahora acontecido, los entusiastas del cambio interpretan este panorama como una nueva “revolución de color”. Se refieren a aquellas revueltas pacíficas que han surgido en distintos países de Eurasia, cuyo propósito es el cambio de régimen y la instauración de la democracia.
Los ejemplos más sonados son:
- Serbia (la Revolución Bulldozer de 2000),
- Georgia (la Revolución Rosa de 2003),
- Ucrania (Revolución Naranja de 2004) y
- Kirguistán (la Revolución de los Tulipanes de 2005).
Este fenómeno sentó un precedente en la psiquis de muchos pueblos: el cambio de régimen es posible.
Más allá de analizar la ocurrencia o no del fenómeno, mi propósito en esta entrada es destacar algunas las variables que, bajo las actuales circunstancias, impulsarían e inhibirían el cambio hacia una mayor libertad para los bielorrusos.
Comenzaré con una corta enunciación de las causas de las actuales protestas.
Adentro del último Estado amortiguador
A pesar de que son distintas circunstancias las que influenciaron la eclosión del descontento de los bielorrusos, podemos enumerar cinco como las más importantes:
- Las condiciones de vida de los ciudadanos del país no son las mejores en comparación con las de sus vecinos. Por ejemplo, en el Índice de Desarrollo Humano de 2019, Bielorrusia aparece por debajo de los tres estados Bálticos, de Rusia y de Polonia. Los marchantes alegan que muchos jóvenes emigran hacia la Unión Europea ante la falta de oportunidades y los bajos salarios. Tal parece que el control estatal de la economía, que pudo haber evitado crisis parecidas a las de Ucrania y Rusia en el cambio de milenio, no es apropiado para un crecimiento a largo plazo.
- La corrupción y las restricciones a la libertad son la constante. Bielorrusia ocupa el puesto 176 de 210 países en cuanto la libertad de prensa y el 153 sobre 180 en la corrupción. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa ha catalogado desde 1994 las elecciones en ese país como “no libres y no justas”. Las elecciones del 6 de agosto no fueron la excepción: tras un apagón de dos días de Internet -que también enfureció a los votantes-, las denuncias de fraude circulan ampliamente en redes sociales.
- La concurrencia electoral estuvo marcada por la participación de tres mujeres, quienes convergieron en contra de Lukashenko. Se trata de Svetlana Tikhanovskaya -quien quedó segunda con 10% de los votos-, Veronika Tsepkalo y Maria Kolesnikova. Ellas tienen en común haber reemplazado a tres candidatos: dos de ellos fueron encarcelados y el tercero tuvo que salir del país. Tikhanosvskaya, una profesora de inglés, se convirtió en símbolo de cambio. Su campaña se enfocó en la instauración de la democracia, la libertad de expresión y la liberación de los presos políticos. Desde su actual exilio en Lituania, aboga por el no reconocimiento internacional de las elecciones y por la continuación de las manifestaciones, que cada vez suman más adeptos. Ante el escenario electoral, el presidente manifestó que ni el país ni la constitución estaban listos para una presidenta mujer.
- Las calles de Minsk, la capital, se han llenado de un manto blanco durante días. Al inicio eran jóvenes entusiastas, que no han visto un líder diferente en su país y que tienen una mayor cercanía con Europa. La brutalidad policial se encarnizó contra ellos. El activista de la organización Students for Liberty, Piotr Markielau, señala cómo fue detenido en precarias condiciones, evidenciando fuertes golpizas a hombres y mujeres de cualquier edad. Las cuentas hablan de cerca de 7.000 detenidos y al menos tres muertos. Lo cierto es que esta violencia despertó diferentes sectores, en especial los empleados de fábricas estatales y mujeres adultas, contra quienes es más complicado ejercer violencia.
- El descontento es producto del manejo que se dio a la pandemia. Las claves del líder bielorruso fueron: vodka, saunas y trabajo duro. Fue uno de los pocos países donde la vida siguió con normalidad. No se canceló el campeonato de fútbol ni los cines cerraron.
Luego de la descripción de las cinco principales causas de las manifestaciones en Bielorrusia, es menester abrir el abanico de posibilidades y analizar las variables que inhibirían o impulsarían el cambio.
Inhibidores: mantener el statu quo
Aquí planteo cuatro variables:
La primera es el aumento de la represión. Lo que dejan claro las protestas en Bielorrusia es que el líder autoritario sigue manteniendo el control de los cuerpos de seguridad (siloviki). De este modo, un primer escenario es un baño de sangre que contenga a las multitudes. El gobierno ya ha manifestado que, en caso de que los manifestantes entrasen a los campos conmemorativos de la Segunda Guerra Mundial, no serían los antidisturbios, sino el ejército el que respondería. De igual manera, según Artyom Shraibman, este encuadre haría que los siloviki ejercieran mayor presión sobre el régimen y obtuvieran mayor poder. En últimas, el apoyo de algún componente armado es clave para el éxito de una revolución.
La segunda está definida por los costos y consecuencias no anticipadas que conlleva el aumento de la represión -guerra civil o injerencia externa-, aparecen las denominadas concesiones tácticas. Se plantea que Lukashenko acate alguna de las demandas de los manifestantes y, por ejemplo, celebre nuevos comicios. Esta intención calmaría los ánimos, pero se abre la posibilidad para un posterior estancamiento en la senda al cambio -pérdida de interés o postergación-.
La tercera proviene de la política internacional. Es claro que la posición geopolítica de Bielorrusia -entre la OTAN/Unión Europea y Rusia- determina su comportamiento y el de sus vecinos con ella. Luego, tras la Anexión de Crimea y la Guerra del Donbás en 2014, el país emergió como el único colchón entre dos bloques.
Por un lado, este acontecimiento cambió la política exterior de Lukashenko hacia Putin. Ya no fue más aquel aliado que apoyaba cualquier intención del último. Por ejemplo, las negociaciones para la conformación del “Estado de la Unión” -una confederación de ambos Estados- quedaron congeladas. Por el otro, ha habido un incipiente acercamiento con Occidente. Tras haber servido de sede para las negociaciones de cese al fuego en el Este de Ucrania en 2014 y 2015, la Unión Europea levantó algunas de las sanciones que mantenía contra el régimen. Es clave tener presente que Bielorrusia no es otra Ucrania. Los bielorrusos no se disputan entre Occidente u Oriente.
Así pues, lo más deseable para ambos bloques, y para la misma Bielorrusia, es que el país mantenga su statu quo y no incline la balanza hacia uno u otro. Es claro que Rusia respondería ante una injerencia de la OTAN/Unión Europea en el último racimo de su esfera de influencia en Europa. Pero también es cierto que Occidente reaccionaría ante, por ejemplo, el envío de tropas rusas a Europa del este. Y sacar provecho del juego entre ambos bloques es la estrategia que más le conviene a la política exterior bielorrusa.
Por último, las sanciones de Occidente. La Unión Europea ya anunció que impondrá sanciones en contra de los involucrados en el fraude electoral. Lo cierto es que estas acciones requieren del consenso internacional, algo difícil de alcanzar en una política internacional cada vez más polarizada. Como sucedió con Rusia, tras las medidas en su contra de 2014, puede que las sanciones sí generen algún impacto, pero que sean ineficaces en su propósito: lo que no da Occidente, se obtiene de Rusia o China.
¿Es necesario mantener al líder?
En este último punto, preveo dos escenarios:
El primero, de nuevo corresponde a la política internacional. ¿Es necesario Lukashenko para mantener la balanza equilibrada? Putin y Lukashenko no llevan una relación amigable luego de 2014, por lo que se abre la posibilidad de que Rusia presione por el cambio de líder, en lo que coordinaría esfuerzos con la Unión Europea. No hay que olvidar aquella máxima de la política exterior rusa: la soberanía del Estado transciende sus fronteras si hay nacionales rusos en peligro -los lazos entre los ciudadanos de ambos países son estrechos-. Pero, como ha sucedido con Kirguistán, la influencia rusa presionaría por un gobierno que coopere con el Kremlin.
Sin embargo, las normas internacionales y los valores occidentales, aquellos por los que se ha despertado en parte el pueblo bielorruso, son la fuente del cambio. Sus ciudadanos son los nacionales con más visado Schengen en el mundo. Conocen, por ejemplo, el camino de tuvo la vecina Polonia al pasar de una economía planificada a una de mercado. Demandan una mayor libertad individual y económica, lejos de la represión policial, de la corrupción y de las elecciones injustas. Si bien hay obstáculos que diluyen las previsiones de cambio en el corto y mediano plazo, lo cierto es que la situación no ha de seguir siendo la misma.
Para terminar, hago un llamado a seguir con atención los acontecimientos en Bielorrusia. Más allá de las variables geopolíticas que inciden en la política internacional de aquella región amortiguadora entre Europa y Rusia; es un pueblo el que ha despertado y añora un cambio en su país.
¿Está iniciando la Revolución Blanca?
Ya es hora de acabar los regímenes totalitarios para que los pueblos puedan cumplir los sueños ,libertad de expresión, conseguir vienes , sus salarios por competencias ., etc . Los derechos de elegir y de los cambios se deben respetar. Excelente articulo.