25 de marzo de 2020
COVID 19, SEGURIDAD Y OTROS DEMONIOS
Rafael Piñeros hace una reflexión acerca de la utilidad de darle un enfoque de seguridad y de colaboración internacional a la lucha contra la pandemia generada por el COVID-19.
Docente investigador de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales. Coordinador del área de relaciones internacionales de los programas de pregrado. Candidato a doctor por la Universidad Externado de Colombia, magister en análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos.
@RafaPinerosA | rafael.pineros@uexternado.edu.co
Las respuestas a una situación como la surgida por el COVID 19, que están más allá de lo cotidiano, suelen estar acompañadas de un poco de negación, caos y confusión. Algunos no se lo creen y, con ello, de una mentira generan una verdad. Para otros, son tantos y tan variados los desafíos que enfrenta una sociedad, que otros problemas diferentes a una epidemia o pandemia requieren atención inmediata. Se destaca que, en situaciones de riesgo e incertidumbre, la ventana de oportunidad para la acción política tiende a cerrarse más que a mantenerse en el tiempo. No hay gobierno que no tenga que tomar medidas y algunos deberán hacer más para superar esta situación.
Por un lado, aunque en países desarrollados como Estados Unidos, Reino Unido o Francia, las pandemias o afectaciones a la salud pública hacen parte desde hace años de una prioridad en materia de seguridad, es más fácil combatir un ejército enemigo, un ataque terrorista o una abrupta y peligrosa caída en el mercado bursátil que un aumento repentino del número de personas que están postradas en cama y no se levantarán.
Así las cosas, no es simplemente una inclusión en las estrategias de seguridad. Se requieren protocolos de acción más precisos, dotaciones médicas adecuadas, comunicación oportuna y precisa a la ciudadanía y control de los comportamientos humanos de manera más ágil, mecanismos que evidencian excelentes resultados. En los países asiáticos que utilizan sistemas de vigilancia masiva y otras estrategias cibernéticas que permiten controlar al ciudadano, se ha demostrado que son una estrategia adecuada para mitigar esta crisis.
Por otro lado, en América Latina, se observa un poco de ello. Brasil, México, Chile y Colombia, para citar algunos ejemplos, incluyen en sus estrategias de seguridad, amenazas relacionadas con la afectación de la salud pública, rápida dispersión de epidemias infecciosas en zonas de frontera y hasta sofisticadas formas de combatir ataques cibernéticos e informáticos. El papel lo aguanta todo, en especial cuando los temores reales se concentran más en contener borrosas ideologías, que patógenos peligrosos que se esparcen con incontrolable rapidez.
Respuestas globales selectivas
No es cierto que este hecho sea aislado. En otras regiones, como Asía y África, la lucha contra epidemias y pandemias ha generado una rápida y coordinada respuesta de gobernanza regional. No obstante, las epidemias del siglo XXI no habían afectado a América Latina como la pandemia actual, más allá́ de los protocolos de obligatorio cumplimiento generados por la Organización Mundial de la Salud después del SARS en 2003, hecho que obliga a retroceder y buscar referentes más o menos útiles para entender la situación actual.
La crisis financiera de 2009 fue abordada por líderes políticos con una visión centrada en proteger y defender a un sector que es motor natural de la generación de riqueza. La política nunca se dejó de lado, por cuanto existían entidades que proteger y por salvar, pero se demostró que muchas empresas eran “too big to fail” y que era necesario disponer de los recursos disponibles, sin importar el costo social, para superar la tragedia bursátil generada por la codicia infinita de unos pocos, fenómeno que generó coordinación en el interior del G-20, del otrora G-8, y entre gobiernos, en ocasiones antagonistas acérrimos, a fin de evitar pérdidas mayores.
Se observa con preocupación, que los asuntos de salud pública, al contener esa mezcla exótica de lejanía y baja frecuencia, generan errores, tanto al llamar al COVID 19 el “virus chino”, como al aplicar los mecanismos para lograr un compromiso ciudadano básico como es la permanencia en casa por períodos determinados, con la intención de evitar más contagios y racionalizar los servicios de salud. ¡Qué mal lo han hecho algunos países que se consideran desarrollados o avanzados!
Resulta paradójico que encontrar la voluntad política necesaria para salvar un banco surja rápidamente y sea fácilmente negociable, más que salvar millones de vidas humanas, en las que no se distingue nacionalidad, color o nivel de ingresos. Lo que no sabemos de ahora en adelante es qué cuestionamientos surgirán, qué tan frecuentes serán y cómo responderemos a cada uno de ellos.
Discursos de seguridad
Existen varias razones para relacionar seguridad y pandemias. Por un lado, los ODS contemplan medidas para alcanzar salud, bienestar, agua limpia y saneamiento básico en algunos de sus objetivos. Y por el otro, iniciativas como la que surgió en 2009, mediante la cual el presidente Barack Obama apoyó y lideró un programa conocido como “Global Health Initiative”, fortalecido en 2014 con la creación de la Agenda de Seguridad Sanitaria Mundial, estados, empresas, organizaciones de la sociedad civil e individuos se comprometen a generar entornos colaborativos para enfrentar epidemias y pandemias, exaltando así, el principio de salud sanitaria mundial como una responsabilidad compartida.
En otras palabras, la colaboración internacional en el interior de Organizaciones Internacionales o grupos ad hoc resulta positiva porque genera información técnica de calidad, que brinda confianza y legitimidad, al tiempo que se convierte en apoyo político para los gobiernos nacionales. Prevenir, detener tempranamente el problema y brindar una respuesta rápida y efectiva son los mecanismos idóneos que surgen de la iniciativa antes mencionada.
Sin embargo, esa responsabilidad compartida no resulta fácil de implementar en la práctica. En los últimos años, no se ha escuchado un discurso nacional centrado en el fortalecimiento y mejoramiento de los sistemas de salud, sino en otros temas políticos, que distraen la atención de prioridades sociales y humanas. Un presidente en América Latina gana elecciones por las promesas de generación de empleo y no precisamente por promesas que contribuirían a mejorar la red de prevención de enfermedades infecciosas.
Por otro lado, las estrategias individuales de seguridad y defensa nacionales vinculan hoy no sólo elementos militares o políticos, sino cuestiones relacionadas con la salud pública y el medio ambiente. El problema radica en que las políticas para enfrentar unas y otras, no necesariamente son tan nítidas y diferenciadas, sino que se mezclan en disquisiciones difíciles de comprender.
Veamos un ejemplo: reiteradamente se ha pedido en distintas latitudes solidaridad, unión, fraternidad por parte de gobernantes a gobernados, pero los dirigentes parecen no entender esa situación. Algunos, como en Francia, apelaron el 12 de marzo al discurso de “guerra o batalla frente a…”; en España desplegaron efectivos del ejército de tierra en las calles, en no menos de 10 comunidades autónomas durante la semana del 12 de marzo, evidenciando que los líderes políticos se sienten tentados a utilizar viejos mecanismos y no creativas respuestas a los desafíos contemporáneos.
En otras palabras, la relación entre pandemia y seguridad no debe producirse por la utilización de los instrumentos tradicionales de la fuerza o las medidas coercitivas, sino por la relación interdependiente entre un hecho (surgimiento de un virus) y su rápida y peligrosa difusión a diferentes lugares del globo. El problema que surge radica en que, en momentos de crisis y donde impera la inmediatez, hay una particular insistencia por parte de los gobiernos a decretar medidas de emergencia que refuerzan al soberano, la exclusión de lo desconocido, el aislamiento para sentirnos seguros, y la limitación de derechos y libertades para lidiar con enemigos dispersos e invisible, como en este caso.
Es significativo mencionar también, a países como Estados Unidos, Brasil o México, cuyos líderes siguen afirmando que se trata de una gripa o resfriado más, restándole importancia a esta crisis mundial y siguen convocando a sus gobernados a defender ególatramente beneficios efímeros o políticas que protegen a unos pocos. La negación del problema no distingue culturas.
En momentos como este, dos lógicas se enfrentan sin un escenario claro de solución. Por una parte, se reivindica el espíritu multilateral, solidario, amigo del otro, que debería salir a relucir no sólo en los hogares, sino también entre los gobiernos que, en últimas, representan a los pueblos; por otra, el evidente individualismo, el populismo rampante de negación en algunas latitudes, acompañado de acciones irresponsables de individuos que ignoran los protocolos de seguridad pública y se enfrentan sin claro vencedor. La verdadera pandemia consiste entonces en la desintegración de las condiciones sociales, por la decadencia de los seres humanos y su incapacidad para ponerse de acuerdo en focalizar esfuerzos, políticas y acciones, para combatir esta situación que amenaza con destruir una gran parte de la población mundial.