9 de marzo de 2020
Fronteras, muros y coronavirus
Aneta de la Mar Ikonómova, profesora e investigadora de la Escuela de RR.II. de FIGRI, analiza la tendencia actual de amurallar las fronteras interestatales y su inutilidad para hacer frente a amenazas como el COVID-19.
Doctora en Historia. Internacionalista, experta en conflictos nacionales e identitarios, en historia de Europa y América Latina.
Profesora e Investigadora de la Escuela de Relaciones Internacionales – FIGRI
aneta.ikonomova@uexternado.edu.co
Vivimos en un mundo de fronteras internacionales que están cada vez más vigiladas y reforzadas. Parte de estas fronteras evolucionaron hacia muros de concreto y barreras de alambre durante los últimos veinte años. Aunque actualmente la movilidad de capitales, bienes y personas supera cualquiera de otras épocas, el mundo se rige por la regulación de las fronteras.
En plena epidemia del coronavirus, Rusia ha cerrado sus fronteras para ciudadanos chinos; Turquía, Paquistán e Irak optan por cerrar parcialmente sus fronteras con Irán para no permitir la entrada de enfermos de coronavirus procedentes de ese país.
En otros países, políticos nacionalistas y de orientación derechista (Hungría, Francia y España) proclaman resolver la crisis sanitaria a través del cierre del espacio Schengen.
¿Por qué las fronteras están siendo reforzadas cada vez más? ¿La propagación de coronavirus se puede detener realmente al cerrar las fronteras internacionales y regionales? ¿Aislar completamente China, por ser el epicentro de la propagación del virus, es una solución?
Fronteras: el mundo debe ser dividido
Los especialistas de fronteras dicen que actualmente hay cerca de 750 fronteras interestatales que se extienden a lo largo de 250.000 km. Casi no hay espacio en la tierra que no queda delimitado por fronteras, sean este terrestres, marítimas o fluviales. El espacio aéreo también es delimitado.
La fragmentación de la superficie del planeta es un proceso que acompaña el desarrollo y el progreso del mundo moderno y su esencia – la creación del Estado nacional.
Algunas fronteras son porosas, como la frontera entre Colombia y Venezuela. Otras fronteras han quedado abiertas – las que se extienden por todo el espacio interno de la Unión europea.
Las fronteras culturales que marcan la diversidad de poblaciones étnicas, lingüísticas, religiosas y regionales raras veces coinciden con las fronteras estatales.
Si no hay fronteras, no habrá Estados, dice la teoría de las relaciones internacionales. Las fronteras delimitan los Estados y garantizan la integridad de este y la seguridad de los ciudadanos nacionales frente a peligros externos, sean estos de carácter militar, político, económico, migratorio o sanitario.
Las relaciones internacionales nacen entre Estados soberanos y el orden del mundo hoy conduce hacia la expectativa de que habrá paz mundial si hay fronteras justas y bien protegidas. No obstante, aunque la tendencia es dividir el planeta Tierra como una torta en partes desiguales, las fronteras nunca logran ser suficientemente justas, tampoco todas son trazadas de manera clara y bien definida.
Cada frontera, en realidad, es única. Las tensiones, amenazas y conflictos bélicos no han cesado en nuestros días, después de épocas de guerras sangrientas y mundiales cuando muchas fronteras se movían al ritmo del cambio de la política internacional.
Los Estados tienen la obligación de salvaguardar la integridad de su población y esto se traduce en una política de vigilancia, control y restricción de los bordes fronterizos. No obstante, hasta el día de hoy ninguna enfermedad y epidemia ha hecho que se cierren las fronteras internacionales. A excepción de Sierra Leona que cerró en 2014 sus fronteras con Guinea y Liberia para frenar la expansión de la epidemia del ébola. Sudáfrica y Senegal hicieron lo mismo.
Algunos países han experimentado cerrar sus fronteras o mantenerlas fuertemente vigiladas, pero esto ha sido únicamente en tiempos de guerras o por razones mayoritariamente ideológicas en plena Guerra fría.
Muros: la agresividad de las fronteras
Étienne Balibar afirma que “las fronteras del Estado han llegado ya al límite histórico más allá del cual cumplen cada vez peor sus funciones internas y externas”.
Durante los últimos veinte años una tendencia fuerte se ha dado en todos los continentes: la creación de fronteras amuralladas, fortificadas con construcciones de concreto, alambre y fuertemente vigiladas con tecnologías avanzadas. Se pueden observar en Irán/Afganistán, Israel/Cisjordania, Arabia Saudita/Yemen, Estados Unidos/México, Birmania/Bangladesh, Botsuana/Zimbabue, Irán/Paquistán, Irán/Irak y otros tantos.
Más de treinta fronteras han quedado bajo el nuevo paradigma de la política y la vida amurallada. Las excusas de los Estados que crearon estas obras de las ingenierías políticas, que ningún organismo internacional puede parar, han sido diferentes: terrorismo, regulación de la migración, control de territorio, lucha antitráfico, seguridad y control sanitario.
Cerca de 18% de las fronteras actuales son muros que cumplen la función de exaltar el sentido discriminatorio de las fronteras.
Los muros no solucionan los problemas, sino los exaltan. Además, dejan la sensación inconfundible de que vivimos en un mundo que pretende imponer la regla de la seguridad de la vida que sólo la garantiza la frontera fortificada.
Los muros elevados dividen y estigmatizan unas comunidades frente a otras. Las cuarentenas que se establecen cuando hay epidemias recuerdan esta función discriminatoria del muro que separa para controlar.
Pero no existe un muro que puede parar un virus altamente contagioso. Los virus no tienen pasaportes para ser parados en las fronteras: una frontera amurallada sólo demora la expansión de una enfermedad, pero no la elimina.
La epidemia del coronavirus: el tigre no es así como lo pintan
Los especialistas de salud afirman que Covid-19, conocido como coronavirus, no es tan letal como otras epidemias que se propagaron en las últimas décadas – SARS (2002), gripe aviaria H5N1 (2005), Gripe A H1N1 (2009), Ébola (2014) y Zika (2014).
Tampoco es tan mortífero como las gripes estacionarias que aparecen cada año y ponen en jaque el sistema sanitario de los países. Pero la fuerza de expansión y contagio de coronavirus es muy alta. Por lo tanto, la verdadera amenaza es que colapsen los sistemas de salud en países que no estén preparados para una pandemia mundial.
Frente a la amenaza de la propagación, los métodos utilizados son:
- controles constantes de la población, especialmente los que están más predispuestos de enfermarse
- cuarentenas para los enfermos y los viajeros que vienen de países donde ya está el virus
- vigilancia muy estricta de la higiene
- uso obligatorio de tapabocas
- desinfección, cierre de colegios y espacios públicos, etc.
Hoy por primera vez se puede seguir directamente la propagación de una enfermedad respiratoria en todos partes del planeta. La información que está circulando en los medios de comunicación, no obstante, se aleja bastante de los parámetros de la objetividad y la responsabilidad frente a la gravedad de la situación.
A medida que aumenta el número de infectados de coronavirus, -más de 100.000 enfermos, 3.500 fallecidos en cerca de 90 países por el mundo en la hora de escribir este artículo-, queda claro que la pandemia está en su pleno desarrollo antes de empezar a disminuir.
La Organización Mundial de la Salud ha recomendado que no se cierren las fronteras de los países, tampoco que China quede aislada. La razón de esto es evitar que la gente entre de forma irregular y quede fuera de los controles sanitarios.
Lo más importante cuando hay una epidemia es controlar su desarrollo, vigilar de cerca la población y no permitir que colapse el sistema sanitario.
Los expertos en enfermedades contagiosas tratan de ayudar a que la gente tome conciencia de que las epidemias son parte del ciclo de la vida, que pasan regularmente y siempre fue así. Pero no hay cultura de la memoria que ayude a recordar estas enfermedades como parte de la vida y no como desastres y catástrofes que producen escalofríos.
Como sociedad, tenemos que aprender a gestionarlas. Vivimos en un mundo en el que, paradójicamente, tenemos más salud y más miedo de perderla.
Como sociedad tenemos que empezar a vivir sin negar la incertidumbre para entender que no existen murallas detrás de las cuales nos podamos esconder. No es cuestión de evitar las epidemias, posiblemente las razones de estas están más allá de nuestro control. La cuestión es no vivir las experiencias como fin del mundo, como una película, como un “Apocalipsis now”.
La verdadera epidemia, entonces, no es la de coronavirus – una enfermedad por ahora poco letal. La epidemia que en realidad nos amenaza, es del virus del miedo colectivo y la paranoia.
Estos sentimientos de rechazo a entender la realidad y aceptar lo sucedido son los primeros pasos para la construcción de imaginarios colectivos que llevan a la xenofobia – el rechazo de las personas provenientes de los países donde se expandió la epidemia o donde inició.
Los muros más peligrosos no son tanto los de concreto o de alambre, sino los muros de nuestros miedos colectivos convertidos en paranoias y xenofobias.
Si, es como si los miedos que se van tejiendo al interior de personas y sociedades encontrarán expresión o se materializaran en las epidemias, para justificar los cierres y los muros…
A más miedo más control… Cosa imposible, como bien explica el artículo!!!
Una voz clara, sensata y analítica!
Muy interesante planteamiento, profesora Aneta.
Gracias
Gracias Anneta. Es una reflexión bien documentada y argumentada que establece las bases para una discusión y posible dialogo. Abres posibilidades de construir conciencia y tomar caminos colectivos mas sensatos.