22 de abril de 2020

Sudáfrica: la lucha contra la COVID-19 en la sociedad más desigual del mundo

El profesor Jerónimo Delgado analiza el éxito y las dificultades que hasta ahora ha tenido el gobierno de Sudáfrica para contener la propagación de la COVID-19 en el país más desigual del mundo.

Jerónimo Delgado

Profesor e investigador – Línea de Investigación de Estudios Africanos de la Escuela de Relaciones Internacionales de FIGRI

@estudiosafrica | jeronimo.delgado@uexternado.edu.co

Fotografías tomadas por el autor 

 

Desde la caída del régimen del Apartheid y la llegada de Nelson Mandela a la presidencia en 1994, Sudáfrica se ha convertido en la potencia emergente más importante del continente africano. En la actualidad, no sólo es el país más industrializado de África, sino también el único miembro africano de los BRICS, el presidente de la Unión Africana y la segunda economía más grande de la región después de Nigeria. Sudáfrica es también el país más globalizado de África, tanto así que el aeropuerto de Johannesburgo es uno de los pocos del planeta con vuelos directos a los cinco continentes, incluidos dos a China: Beijing y Shenzhen —antes de la pandemia, claro—.

Sin embargo, el primer caso de COVID-19 en Sudáfrica no llegó desde China. El paciente cero en el país acababa de regresar de un viaje a Italia y fue diagnosticado el 5 de marzo de 2020 en el poblado de Hilton en la provincia de KwaZulu-Natal al oriente del país. Aunque ese caso prendió las alarmas en el país, no fue sino hasta el 15 de marzo, diez días después, cuando el presidente Cyril Ramaphosa decretó el Estado Nacional de Desastre, que incluía unas medidas iniciales como la restricción de viajes hacia y desde países altamente afectados como China, España, Francia o Irán y el cierre de colegios y universidades en el país a partir del 18 de marzo. Para esa fecha, Sudáfrica tenía menos de 200 casos confirmados.

La respuesta inicial fue bastante similar a la de muchos países del mundo y probó ser insuficiente porque una semana después, el 23 de marzo, Sudáfrica había doblado el número de casos a 402. Ramaphosa inició entonces la guerra frontal contra el virus, una guerra catalogada por muchos en el país y en el mundo como extrema. Ese día anunció que el país entero entraría en una cuarentena obligatoria durante tres semanas a partir del 26 de marzo y que después sería extendida hasta el 30 de abril.

Un aislamiento sin alcohol

La cuarentena de Sudáfrica no sería como las demás que habían implementado los gobiernos alrededor del mundo. Ramaphosa decidió ir más allá y decretar lo que en el país se conoce como un hard national lockdown. ¿Pero en qué consiste y por qué es diferente? En Sudáfrica no sólo se prohibió salir de casa sino también pasear mascotas, la venta de alcohol y cigarrillos en todo el país, la venta de comida caliente preparada —muchos de los sudafricanos más pobres acostumbran comprar pollo preparado en las calles o estaciones de gasolina— y la realización de cualquier actividad física al aire libre. En resumen, los sudafricanos sólo podían salir de sus casas para comprar víveres e ir al hospital. Es importante mencionar que la prohibición de venta de alcohol, cigarrillos y comida caliente preparada es exclusiva de Sudáfrica y no se ha visto en ningún otro país del mundo.

¿Pero por qué prohibir la venta de alcohol? Las autoridades estimaron que el alcohol es el responsable del 40% de las admisiones en los hospitales sudafricanos. De hecho, desde que se implementó la prohibición de venta de alcohol, se liberaron cerca de 5.000 camas de hospital por semana en el país, las cuales ahora podrán ser utilizadas para los pacientes de la COVID-19. Además, el gobierno dejó claro que el objetivo también era prevenir otros hechos directamente relacionados con el consumo de alcohol como las peleas, la violencia intrafamiliar, los conductores ebrios y las fiestas y reuniones en los townships —los barrios más pobres de Sudáfrica— que suelen ser focos de violencia.

La lucha se libra en los townships

Y son justamente los townships la mayor preocupación del gobierno sudafricano, tanto así que Ramaphosa afirmó que la batalla contra la COVID-19 se ganará o se perderá en los townships. Recordemos que el Apartheid político terminó en 1994, pero las consecuencias económicas continúan siendo más que visibles aún hoy. En consecuencia, los barrios más pobres de las ciudades sudafricanas aún presentan altísimos niveles de hacinamiento e insalubridad y la mayoría de su población está desempleada o trabaja en la economía informal. Según Statistics South Africa, el 49,2% de los sudafricanos vive por debajo de la línea de la pobreza y el país tiene una tasa de desempleo de cerca del 30%, una de las más altas del mundo. Además, Sudáfrica tiene la tasa de prevalencia de VIH más alta del mundo con alrededor del 13.1% de la población infectada. Por esto, el gobierno teme que la llegada de la COVID-19 a los townships significaría un incremento exponencial en las tasas de mortalidad en el país.

Aparte de todas las cifras anteriores, es importante mencionar que Sudáfrica es también el país más desigual del mundo. La diferencia es tan abismal que el 10% de la población más rica del país tiene el 71% de la riqueza, mientras que el 60% más pobre tiene sólo el 7% de la riqueza. Lo anterior, sumado al altísimo desempleo y la pobreza que se concentra en los townships, hace que la cuarentena obligatoria impuesta por el gobierno se traduzca en la imposibilidad de obtener ingresos o comida para cerca de la mitad de la población del país. Para enfrentar este problema, el gobierno empezó un programa para repartir comida entre los habitantes de los barrios más pobres del país y destinó un paquete económico de 500 billones de rand – aproximadamente 26.000 millones de dólares – que serán destinados para apoyar a los empresarios, garantizar salarios y crear nuevos puestos de empleo, además de los 130 billones de rand – cerca de 1.600 millones de dólares – para mejorar el sistema nacional de salud.

Lo cierto es que, a pesar de las fuertes críticas que ha habido en el país a las medidas tomadas por el gobierno, particularmente a la prohibición de venta de alcohol y cigarrillos, Ramaphosa parece haber cumplido con su cometido. Los casos de la COVID-19 en los townships han sido identificados y controlados y, después de la cuarta semana de cuarentena, el país está en capacidad de hacer 30.000 exámenes al día —la mayoría con brigadas móviles— y las tasas de contagio han bajado del 42% al 4%. Con esto, Sudáfrica se convierte en uno de los países más exitosos en controlar la propagación de la COVID-19 en el planeta.

Un éxito costoso

Para terminar, es importante mencionar que el costo que ha tenido que pagar —y tendrá que seguir pagando— Sudáfrica para aplanar la curva de contagios ha sido demasiado alto. Las estimaciones sugieren que cada día de cuarentena le cuesta al país 13 billones de rand —cerca de 700 millones de dólares de Estados Unidos— y se espera que el PIB del país tenga una caída de entre el 5% y el 10% para 2020. Así mismo, la severidad de las condiciones de la cuarentena ha traído consigo excesos policiales que han dejado al menos 9 muertos alrededor del país y cerca de 20 tiendas de venta de alcohol saqueadas, principalmente en los suburbios de Ciudad del Cabo.

Sudáfrica es un ejemplo claro del debate que se apodera de los gobiernos del mundo por estos días. Por un lado, la necesidad de salvar vidas, incluso con medidas tan extremas como las del presidente Ramaphosa. Por otro, evitar a toda costa que las poblaciones más vulnerables no incrementen su nivel de pobreza e incluso que no se tengan que enfrentar a las hambrunas generadas por la cuarentena. Y finalmente, el imperativo de mantener la economía a flote.

Sudáfrica está en una posición de extrema vulnerabilidad, no sólo por las condiciones socio-económicas particulares de su población, sino porque la economía ya estaba experimentando una recesión desde hace un par de años. Aunque es muy temprano para declarar el éxito de las medidas del gobierno, sí es cierto que las olas de pacientes que esperaban los hospitales sudafricanos aún no han llegado y eso, sin duda, es un éxito temporal para Ramaphosa. Por ahora, Sudáfrica tiene 3.465 casos confirmados y 58 muertes por el virus. Habrá que esperar cómo evolucionan las cifras después del 30 de abril cuando termine la cuarentena.


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