13 de enero de 2021

10 años de la Primavera Árabe

¿Qué cambios reales produjo la Primavera Árabe? ¿Qué avances concretos ha habido en la democratización del Medio Oriente? Este es un balance de un proceso que se inició hace un decenio y que aún está lejos de concluirse.

Marcos Peckel

Experto en Medio Oriente de la Escuela de Relaciones Internacionales

@marcospeckel | marcos.peckel@uexternado.edu.co


Fue el 17 de diciembre de 2010 cuando Mohamed Bouazizi, humilde vendedor ambulante en la localidad tunecina de Sidi Bouzid, se inmoló frente a la estación de policía tras haber sufrido el decomiso de su carrito de venta de frutas por las autoridades locales. De ese polvoriento pueblo estalló un fenómeno social que se expandió con una furia inusitada a los cuatro puntos cardinales del mundo árabe, evento que hasta el día de hoy desafía la imaginación y la comprensión.

No es que no estuvieran dadas las circunstancias para un acontecimiento de esa naturaleza; por el contrario, quizás se había demorado en ocurrir. Los países árabes estaban dominados por dictadores militares y monarquías tiránicas, sin libertades individuales, ni de expresión, con economías concentradas que ofrecían pocas oportunidades y regímenes que le habían robado la esperanza a sus pueblos. Sin embargo, hablar del mundo árabe como un monolito riñe con la realidad pues, como evidenció la Primavera, en cada Estado hubo un desarrollo propio.

Esta diversidad lleva a que, al realizar la evaluación, es menester hacerlo país por país y no saltar a la conclusión facilista que la Primavera fracasó, máxime cuando esta sigue siendo una historia en desarrollo. Fueron mágicos sus días iniciales, revelados en las imágenes de televisión y redes sociales, de pueblos levantados contra los tiranos, clamando por su libertad, atiborrando plazas y calles, perdiendo el miedo, sintiéndose empoderados.

Ha habido tres olas de la Primavera. La primera, aunque tuvo ondas en todos los países, afectó principalmente a Túnez, Egipto, Libia, Bahréin, Siria, Yemen y Marruecos; la segunda, comenzada en 2018, tuvo lugar en Sudán y Argelia; la tercera inició en 2019, en Iraq y Líbano. La Primavera desnudó en la mayoría de los Estados árabes su precaria gobernanza, sus fracturas étnicas y religiosas, su corrupción rampante, la falacia de la identidad con el Estado nacional y la inexistencia de un contrato social. En últimas, pasó factura por la forma en que hace un siglo fueron creados varios de los Estados en la región con base en los intereses de las potencias coloniales europeas.

La Primavera tiene dos importantes éxitos a su haber: Túnez se transformó en una democracia semiparlamentaria y Marruecos, tras una reforma constitucional en respuesta a las protestas, se convirtió en una monarquía constitucional, con limitaciones. Egipto, el mayor de los países árabes, vivió la caída de Mubarak tras 33 años en el poder, saboreó por unos meses las mieles de la libertad y, tras un giro de 360 grados, sufrió el regreso de los generales al poder. En Sudán y Argelia los gobernantes militares fueron derrocados por las protestas y ambos países viven complejas transiciones hacia gobiernos civiles, resistidas por quienes por décadas detentaron el poder.

En El Líbano, el deseo de libertad de sus habitantes —quienes, hasta el comienzo de la pandemia, colmaron por meses las calles y plazas de Beirut exigiendo cambios en la forma de gobierno— se estrella con la geopolítica regional. La presencia de Hezbollah, testaferro de Irán y que cuenta con un armamento infinitamente superior al del ejército libanés, constituye una amenaza existencial a la nación libanesa.

En contraste con los casos anteriores, el apocalipsis —​por decir lo menos—​ cayó sobre Siria, Yemen y Libia, y arrastró a Iraq —país que tras la intervención americana en 2003 ya sufría su propia desdicha—. A la indescriptible catástrofe humanitaria que se ensañó con esos pueblos, se agrega la fría estadística que indica que los primeros tres son Estados que han cesado de existir. Siria es escenario de múltiples conflictos en los que intervienen actores estatales y no estatales, regionales y globales, que han conducido a que su territorio sea canibalizado, su tejido social aniquilado y sin futuro.

Libia, tras la intervención de la OTAN —​medicina que mató al paciente—​ se transformó en un Somalia en el Mediterráneo: un territorio controlado por variopintas milicias; mientras que Yemen sufre plagas bíblicas engendradas por seres humanos y por sus países vecinos ávidos de poder e influencia. Iraq, antigua Mesopotamia y Babilonia, la orgullosa cuna del gran califato Abasida, es un país defenestrado, con ciudades destruidas tras el tsunami de ISIS, al vaivén del conflicto entre Irán y Estados Unidos. Quizás lo único positivo es la autónoma región de Kurdistán en la que el pueblo kurdo saborea las mieles de la independencia.

El Califato de ISIS —declarado en 2014 en Mosul, Iraq, una de las consecuencias más visibles de la Primavera, que llegó a controlar un territorio del tamaño de Inglaterra con 8 millones de personas bajo su dominio— fue el colofón de un radicalismo islámico fermentado por décadas. El final de Califato, que no de ISIS, solo fue posible pulverizando todo: ciudades, aldeas, infraestructura y vidas humanas, miles de ellas. Primavera convertida en infierno.

Tras 10 años de Primavera, el Medio Oriente pareciera ser una región sin remedio, asolado por conflictos fratricidas y geopolíticos, Estados colapsados, economías estancadas, corrupción y clientelismo desbordado, sociedades postradas e intervenciones foráneas. Mas aún, no se puede subestimar la capacidad de esta región, cuna de las tres religiones monoteístas occidentales, de seguir deslizándose por el despeñadero, corroborando el sentimiento que se trata de una región sin esperanza.

Sin embargo, aparecen destellos de luz: los deseos de libertad de su gente quedaron aplazados, no enterrados; los “acuerdos de Abraham”, entre Israel y algunos países árabes, auguran transformaciones muy positivas y podrían expandirse a otros actores incluidos los palestinos, creando progreso y oportunidades.

10 años después del comienzo de la Primavera Árabe, el Medio Oriente constituye una historia en desarrollo de final incierto, muy incierto.

Imagen principal: “Egyptian protests at Giza Jan 25″, Sherif9282, CC BY-SA 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0>, via Wikimedia Commons


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