27 de marzo de 2020

Del COVID-19 al Leviatán 

Desde la perspectiva de la evaluación del riesgo político para los negocios, César Páez propone un análisis del impacto que pueden tener las decisiones que los gobiernos han tomado para hacerle frente a esta pandemia.

César Páez

Docente investigador de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales. Editor de Coordenadas Mundiales.

@capu73 | cesara.paez@uexternado.edu.co

Caídas vertiginosas de los precios de las acciones, desplome del valor de ciertas monedas y criptomonedas, recesión prevista en buena parte de las economías del mundo… ¡y todo por una gripa!

Y no estoy utilizando una metáfora. Estoy refiriéndome literalmente a un virus que es muy similar al de la gripa común, aunque con unas diferencias de consecuencias trágicas.

Esta pandemia del COVID-19 ha vuelto a poner sobre la mesa lo susceptibles que son la economía y las finanzas, a los factores que no son estrictamente económicos o empresariales.

El riesgo, entendido como la probabilidad de que algo suceda y afecte negativamente el funcionamiento de un negocio, los resultados de este o el valor de sus activos, es algo omnipresente en la toma de decisiones empresariales.

Los riesgos que se tienen normalmente en cuenta a la hora de proyectar el funcionamiento y los resultados de los negocios provienen principalmente del funcionamiento mismo de la empresa, del sector económico en el que opera, de las fuerzas del mercado y de los fundamentales de la economía.

Sin embargo, en los dos últimos decenios hemos aprendido dolorosamente que los factores que afectan los negocios van mucho más allá de los estrictamente financieros.

El terrorismo nacional o internacional y el intervencionismo estatal son solo dos ejemplos.

Lógicamente, el tipo de riesgos que se incorpore en nuestro análisis determina el tipo de planes de contingencia que preparemos para hacerles frente.

Y la política entró en escena

El primer tipo de riesgo que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de negocios, es el que se deriva del funcionamiento “natural” y autónomo del mercado: ¿tendrá demanda suficiente nuestro producto?, ¿funcionará bien la logística para producirlo y distribuirlo?, ¿lograremos superar a nuestros competidores o, al menos, arrebatarles una parte de su cuota del mercado?…

Como si fueran pocos los factores empresariales y económicos que pueden amenazar el éxito de un negocio, el análisis de riesgo exige la incorporación de otros que son aparentemente exógenos.

Según Ian Bremmer, estamos desde hace un decenio en un ambiente caracterizado por tres factores principales:

  1. Una alta integración económica mundial y la subsecuente interdependencia. La globalización hace que cuando China tose, la economía mundial tenga fiebre.
  2. Una creciente participación del Estado en la economía mediante mayor vigilancia, supervisión o intervención directa. Las políticas de emergencia que están adoptando los gobiernos de los diferentes países afectados por el coronavirus impactan directa y profundamente el funcionamiento de las empresas.
  3. El surgimiento de lo que Bremmer llama “el G Cero”, en contraste con el G20 o el G7: la renuncia de las principales potencias a ser líderes mundiales, la cual se refleja en el desmonte del multilateralismo. Estamos en un ambiente de “sálvese quien pueda” y en el que a ningún país le interesa conducir el funcionamiento del sistema internacional.

El resultado de la confluencia de estos tres factores es claro: el riesgo originado por la acción -o la inacción- de los actores políticos gana cada vez más espacio en el funcionamiento de la economía y de los negocios.

Es decir, el riesgo político puede ser tanto o más determinante para una empresa que el riesgo económico o financiero propiamente dichos.

La política antiviral

Si bien esta crisis del COVID-19 tiene un origen biológico que se tradujo a una velocidad desenfrenada en una crisis sanitaria mundial, han sido las medidas adoptadas por los gobiernos de los diferentes países afectados por la pandemia las que ha afectado el funcionamiento de las empresas.

Esto se está reflejando desde ya en su valor en bolsa y seguramente lo hará en sus resultados financieros y en el valor de sus activos.

La acción de los gobiernos ha interrumpido las cadenas de suministro, ha puesto restricciones a la circulación de las personas  y, consecuentemente, ha afectado el funcionamiento del comercio y de servicios tales como la restauración o el entretenimiento.

Por supuesto, no critico las políticas con las que los gobiernos han reaccionado a esta crisis, solamente subrayo que estas están siendo mucho más determinantes para los resultados empresariales que las fuerzas del mercado.

La limitación parcial o total a la circulación de mercancías, a los viajes nacionales o internacionales, o a la libre circulación de las personas en una ciudad han resultado ser mucho más negativas, en ciertos casos devastadoras, que los efectos del libre funcionamiento de la oferta y la demanda.

Las devaluaciones masivas y las caídas de las cotizaciones de las acciones y de los índices en las bolsas de valores han sido algunas de las consecuencias inmediatas de las medidas que han tomado los gobiernos para enfrentar esta crisis.

A estas habría que sumarles la caída descomunal del precio del petróleo debida a la conjunción de la reducción de la demanda, por cuenta del coronavirus, y de la “guerra” petrolera entre Arabia Saudita y Rusia.

De la economía a la política

Muy posiblemente en el mediano plazo veremos aumentar las quiebras empresariales, las tasas de desempleo, la pobreza y la pobreza extrema.

Y, como en un tableau politique, tal vez veremos que esta crisis económica incrementará el descontento social, que hasta hace unas semanas era el principal riesgo que corría la estabilidad de los países de nuestra región.

Y todo esto puede retroalimentarse y formar un bucle enfermizo que, como bien podría concluir el lector, ocasione una interrupción en el funcionamiento normal de las empresas, unos resultados operacionales y financieros negativos y una disminución en el valor de sus activos.

Y todo por razones que no provienen del (libre) juego de la oferta y la demanda sino de las políticas que se instituyeron para enfrentar un virus.


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