8 de junio de 2020

El pragmatismo que contuvo al comunismo

Daniel Trejos hace una relectura de la “Nueva historia de la Guerra Fría” de John Lewis Gaddis. En ella resalta el pragmatismo como uno de los factores que llevaron a que Estados Unidos venciera definitivamente a la desaparecida Unión Soviética.

Francisco Daniel Trejos

Estudiante de cuarto semestre de la Maestría en Asuntos Internacionales. Asistente de investigación de FIGRI

@daniel2trejos | francisco.trejos@uexternado.edu.co

La coyuntura actual que nos aqueja ha tenido afectaciones en nuestra mente de una u otra forma. Sé que es importante hablar, desahogarse y discutir; pero hoy quiero tomarme este espacio para hacer una pausa y proponerles leer algo diferente las noticias y análisis de la pandemia actual.

Explorando mi biblioteca privada, encontré uno de los mejores libros de historia que he leído: “Nueva historia de la Guerra Fría” del académico John Lewis Gaddis. Me di a la tarea de releer apartes de él. En definitiva, al releer libros, nuestra óptica cambia.

Antes que nada, recordemos que la Guerra Fría es un periodo histórico que inicia al terminar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y termina cuando la Unión Soviética se desintegra en 1991. Se caracteriza por la inexistencia de una confrontación directa entre dos potencias en conflicto: Estados Unidos y la Unión Soviética. Estos dos Estados se disputaron el mundo entre esferas de influencia y buscaban expandir y consolidar sus ideologías. Lewis afirma que era una confrontación entre la democracia capitalista y el autoritarismo comunista.

La interpretación que surge de ese periodo es que fue el pragmatismo estadounidense, como estrategia de política exterior, el que hizo que la lucha ideológica, imperante en la Guerra Fría, le diera la razón al capitalismo y la democracia. Entre otras causas, ello permitió que Estados Unidos surgiera como potencia hegemónica global en los 90.

Política exterior enfocada en mantener la seguridad y contener al comunismo

Del libro se identifican tres tácticas de la estrategia de política exterior pragmática estadounidense:

Telegrama de Kennan

El 22 de febrero de 1946, el Departamento de Estado pidió a la embajada estadounidense en Moscú una respuesta ante la imprevisibilidad del régimen de Stalin. Al no haber nadie en el recinto, un joven funcionario del servicio exterior redactó un telegrama de 8.000 palabras que se convirtió en la base de la política exterior de dicho país durante la Guerra Fría (Lewis. 2005. p, 46).

Kennan afirmó que no había que esperar que las concesiones hechas a la Unión Soviética resultaran en un trato diferente de este actor con el mundo. Su forma autoritaria de gobernar hacía que sus líderes entendieran al mundo como un escenario hostil. Occidente no iba a ser capaz de cambiar el pensamiento soviético hasta que una serie de fracasos hiciera caer en cuenta a los gobernantes del Kremlin de que su modelo no representaba las necesidades de la población.

En las memorias del joven diplomático se sostuvo que no era necesario llevar a cabo una guerra, “sino que tan solo se necesitaba una estrategia de contención a largo plazo, paciente pero firme, del deseo expansionista de Rusia”. Bajo esta línea de acción, Estados Unidos adoptó una posición defensiva, que contuviera las amenazas y esperara a que el comunismo fracasara por sí solo. Esta contención se logró en parte gracias a la invención de un arma diferente a todas las anteriormente usadas en una guerra: la bomba atómica.

Uso de la bomba atómica

La bomba atómica es diferente por una razón fundamental: su uso proporcionaba tal destrucción que ponía a temblar a cualquiera que la quisiera emplear o que hiciera que la usaran en su contra. La innovación tecnológica en materia militar siempre ha representado una ventaja en una guerra. Sin embargo, el nuevo armamento nuclear solo ha sido usado una vez en un conflicto: el 6 y 9 de agosto de 1945 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, tras la orden del presidente Truman (1945-1953).

Lewis explica este comportamiento citando las ideas de Carl Clausewitz. Para este último la guerra y las armas que en ella se empleen deben ser usadas únicamente con fines políticos. Cualquier otro uso es irracional y no conseguiría los fines deseados. La bomba atómica contempla una realidad diferente: su capacidad devastadora, la no distinción entre unidades militares y civiles y su impacto en el medio ambiente hacen que su empleo genere una serie de resultados no deseados, inclusive, el fin de la humanidad.

De suyo que diferentes presidentes de EE. UU. optaron por utilizar este tipo de armamento como una estrategia para contener la expansión comunista en el mundo y evitar la guerra directa con la Unión Soviética. Su objetivo era también garantizar su propia seguridad.

Lewis afirma que cuando los avances tecnológicos se sobreponen a la moral humana, estos deberían parar o el hombre podría producir su propia destrucción (p. 73). En consecuencia, Truman ordenó que las bombas atómicas solo deben obedecer a poderes civiles y no a militares. Sin embargo, la estrategia de disuasión de la amenaza nuclear, en palabras de Truman, evitó que Stalin se tomara Europa occidental. Pero más adelante, cuando los rusos inventaron su propia bomba en agosto de 1949, la orden fue ampliar el armamento nuclear.

La carrera armamentística fue tal que, ya con Kennedy (1961-1963), se comenzó a hablar de la Destrucción Mutua Asegurada. Esta doctrina consideraba que si iniciaba un ataque nuclear, fuera uno u otro bando, la respuesta iba a ser tal que era casi seguro que ambos países iban a terminar destruidos. Desde ese gobierno, comenzaron a existir y consolidarse los tratados de no proliferación de armamento nuclear. Se comenzó a pensar que, debido a la naturaleza de las armas nucleares, estas jamás debían ser empleadas.

Por último, es importante resaltar la estrategia de Ronald Reagan (1981-1989). Esta consistió en crear un escudo antimisiles que fuera capaz de derribar y evitar cualquier proyectil que fuera lanzado contra territorio estadounidense. Aunque está en duda el logro de dicho propósito, la retórica de que las armas nucleares eran algo obsoleto e inútil sirvió como la última estrategia de disuasión y contención a la Unión Soviética.

Esferas de influencia

Los acuerdos a los que llegaron los líderes de las dos potencias al inició de la Guerra Fría contemplaban la creación de esferas de influencia que dividían el mundo entre el capitalismo y el comunismo. Europa occidental planteó para Estados Unidos su primer reto en cuanto al capitalismo democrático como sistema que debe expandirse en el mundo. Por tal motivo, se inició el plan Marshal, que más que buscar la reconstrucción de los países europeos, quería evitar que “el hambre, la pobreza y la desesperación hicieran que el pueblo europeo votará por gobernantes comunistas” que, de quedar en el poder, estarían de seguro subyugados a Moscú. Se pensaba que la ayuda económica de EE. UU. iba a generar efectos psicológicos para mantener la inclinación a la democracia.

Otra estrategia fue la creación de las organizaciones que cimentaran los cambios institucionales suficientes para evitar las circunstancias que llevaron a los países a ir a la guerra. Primero, se crearon las organizaciones de Bretton Woods, entre estas el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF). Su principal objetivo era poner las reglas de juego claras en cuanto al comercio internacional y mantenerlo estable. Por medio de un tipo de cambio basado en la paridad dólar-oro y la intención de asistir a los países ante eventuales crisis, se fundaron en 1944 dichos organismos.

Segundo, se creó la ONU con el fin de mantener la paz y la seguridad mundial. Tercero, tras una intervención de los soviéticos en Praga en 1948, se creó la OTAN como alianza militar de EE. UU. con los países europeos y que buscó asegurar su integridad ante posibles amenazas exteriores. Otras alianzas militares se expandieron sobre el globo con el fin de contener al comunismo. Se puede citar al TIAR en América Latina, creado en 1947; y la SEATO de 1955, para el sudeste asiático.

Por último, con el fin de evitar la propagación del comunismo, Estados Unidos participó en dos guerras. Primero está la Guerra de Corea (1950-1953) y la de Vietnam (1955-1975). En ellas no se involucraron las dos potencias directamente. La estrategia era brindar apoyo militar y económico en la consecución de los objetivos de ambos bandos. Fueron guerras muy costosas para el país y que no lograron el objetivo planteado. Siempre involucró la división del territorio de los países. Pero, como quiera que sea, evitó una expansión mayor del comunismo en Asia.

Hasta aquí, un corolario es que la estrategia de Estados Unidos al inicio de la Guerra Fría consistió en mantener su seguridad por medio de la consolidación del capitalismo democrático en su zona de influencia y en contener el avance del comunismo en lugares estratégicos del mundo. Sin embargo, lo más importante fue haber establecido una serie de organizaciones internacionales -FMI y BIRF-, que permitieran mantener estable el comercio internacional y, de este modo, adaptarse a las nuevas circunstancias, renovar los modelos, aprender del pasado y no seguir dogmas establecidos por ninguna ideología. Así pues, se evitó que una de las causas de la Segunda Guerra Mundial volviera a cobrar vida.

Disminución de la intensidad

Hubo una disminución de la intensidad de la intervención estadounidense en el mundo tras los escándalos de Watergate que produjeron la renuncia del presidente Nixon en 1974. La razón fundamental es que, a partir de finales de la década de los 60 e inicios de los 70, la población y las ramas de poder público comenzaron a hacer más control en la toma de decisiones. Así pues, se generó un equilibrio interno que repercutió en una política exterior más consensuada y con menos injerencia en el mundo.

Para esto, hay que entender qué había antes de Watergate y qué se modificó después. Este escándalo de corrupción ocurrió a principios de la década de los 70 y consistió, en principio, a una serie de fugas de documentos del Partido Republicano que fueron a parar a diferentes medios de comunicación. Eran evidencia de que Nixon tenía diferentes grabadoras instaladas en la Casa Blanca con las cuales espiaba las conversaciones de las personas que la frecuentaban.

Como resultado, la percepción era que la política exterior se ejercía sin ningún control. Luego, las órdenes del presidente iban en contra de los valores y la moral estadounidense. Normalmente, en caso de que el público descubriera algo, la estrategia del gobierno era mentir y las razones que daba debían ser suficientes para justificar lo hecho. Por ejemplo, cuando salió a la luz la invasión a Bahía Cochinos en abril de 1961, el pueblo estadounidense entendió que no se podía permitir tener un Estado comunista cerca de su territorio. Así el presidente Kennedy se defendió. Pero Nixon fracasó en el intento. Tras un juicio llevado en el congreso, el presidente renunció el 9 de agosto de 1974.

Así, los pesos en el interior del Estado redireccionaron la política exterior y le dieron un tono menos intervencionista. El congreso no permitió que EE. UU. se inmiscuyera en los conflictos de Angola, Etiopía y Afganistán, algo que sí hizo la Unión Soviética.

El comienzo del final de la Guerra Fría lo marcó la llegada al poder de Ronald Reagan, quien reformuló su postura con la Unión Soviética usando como “armas” su retórica y su confianza en sí mismo (Lewis. 2005. P, 262). En sus discursos, Reagan afirmaba que el comunismo iba a decaer y que sería derrotado por el capitalismo.

En suma, la tesis de Kennan se cumplió y el comunismo cayó. Una economía en caída y crecientes tensiones internas, aunado a la falta de interés de Gorbachov en intervenir en otros Estados que vivían un periodo de reformas hacia la democracia, hizo que en diciembre de 1991 la Unión Soviética se disolviera y que cada una de sus repúblicas pidieran su independencia. Así pues, Estados Unidos logró contener el avance del comunismo y mostrar al capitalismo democrático como una opción viable al mundo.

Bibliografía

Lewis, John. (2011). Nueva Historia de la Guerra Fría. México D.F. Fondo de Cultura Económica.


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