3 de agosto de 2020

La “bipolaridad”: ¿una estrategia y un concepto infalible?

Manuel Rayrán explica por qué el concepto de "guerra fría" no es apropiado para entender las actuales relaciones de Estados Unidos y China.

Manuel Alejandro Rayrán Cortés

Docente de relaciones internacionales de FIGRI – Magister en Ciencias Políticas orientadas a las relaciones internacionales con especialidad en Diplomacia y Resolución de Conflictos de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica

@AlejandroRayran | manuel.rayran@uexternado.edu.co

Durante las últimas cuatro semanas, los diferentes medios internacionales, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, y prestigiosos analistas de la política internacional estadounidense han estado afirmando que la actual situación tensa entre Washington y Pekín evidencia una nueva posible guerra fría. Incluso hay estudiosos en esta área de conocimiento que han aconsejado a los países escoger bando.

Rechazo de manera enérgica esta propuesta por dos razones, a saber:

  1. alimenta el interés de Estados Unidos de mantener su superioridad utilizando los tambores de la guerra
  2. segundo, “guerra fría” es un término que no logra conceptualizar las complejas transformaciones de la vida internacional que actualmente vive el mundo

No es casual que los medios de comunicación, los analistas y los políticos estadounidenses estén ubicando este tema en la palestra pública. El declive económico de Estados Unidos, proveniente de la crisis financiera de 2008 y agudizado por el actual desplome del Producto Interno Bruto del 32,9% — producido por la COVID-19 —, sumado al crecimiento económico de China — aún en pandemia —, ha llevado a que Washington sea más agresivo, pues es claro que no quiere perder su posición hegemónica en el escenario internacional.

Por consiguiente, el presidente estadounidense, Donald Trump ha establecido un abanico de confrontaciones con China, para evitar el continuo ascenso de la potencia de Oriente y así, a su vez, poder administrar mejor el declive relativo de su país, que ha sido agudizado por la COVID-19. Los flancos de pelea que Trump ha utilizado contra Beijing van desde la guerra comercial, la situación interna de Hong Kong, hasta presionar a sus aliados para que marginen a China de la construcción de la infraestructura de la tecnología 5G en sus respectivos países, como ha sucedido con Gran Bretaña y Australia.

La Casa Blanca tiene claro desde hace muchos años la estrategia infalible para mantener su supremacía: crear un enemigo común, que en este caso serían China y su partido comunista, lo que le permitiría sumar aliados y fuerzas para apaciguar al “dragón asiático”, como lo hizo en su momento con la OTAN y otras alianzas para enfrentar la Unión Soviética. En ese sentido, es claro que Donald Trump, en lugar de reconocer el declive de Estados Unidos y abandonar su supremacía — lo que podría considerarse como una decisión sensata ante la compleja transformación de la vida internacional — intenta con este tipo de acciones mermar el progreso de otras potencias y administrar con dignidad la decadencia de su país.

No obstante, las acciones de Washington, que en teoría buscarían ordenar la situación económica y política tanto interna como externa, han sido las más inapropiadas. Las decisiones del gobierno estadounidense han apuntado a imponer determinaciones a sus oponentes, a exacerbar problemas estructurales de su sociedad y a maltratar a sus aliados, como ha sucedido con Alemania y con Francia.

Ahora bien, si el término “bipolaridad” busca conceptualizar la compleja situación que esta viviendo el mundo, la verdad es que no lo logra hacer. La actual transformación internacional es muy engorrosa y no se logra materializar con la idea de “bipolaridad”.

Los actuales cambios afectan cuatro aspectos claves del orden mundial, a saber:

  1. el liderazgo del escenario internacional
  2. el debilitamiento de la gobernanza global
  3. la desglobalización
  4. la desconfianza hacia la democracia y el fortalecimiento del populismo

En ese sentido, considero que hoy más que nunca se debe hacer un llamado a la prudencia ante estos nuevos aventurismos que, de por sí, son de alto riesgo. Para apaciguar las consecuencias de la COVID-19 es imprescindible tener claro que es necesario que todos los países mantengan y garanticen la seguridad y la paz internacional con estrategias inclusivas de cooperación.

En suma, si bien la bipolaridad puede ser una estrategia infalible en momentos de crisis para crear enemigos comunes y establecer alianzas alrededor de ellos, en términos conceptuales no materializa ni refleja la compleja transformación de la vida internacional que hoy se vive. En ese sentido, es necesario establecer nuevos conceptos que permitan capturar todas las aristas de cambio que se presentan.


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