19 de enero de 2021
Optimismo mesurado con la administración Biden
Lograr un Estados Unidos más sensato, confiable y predecible en la toma de decisiones, que no vea excluyentes los intereses propios y los de los demás, sino que favorezca un enfoque consciente de las limitaciones propias y de los beneficios evidentes del trabajo colectivo es el gran reto en política exterior de Joe Biden.
Docente investigador de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales. Coordinador del área de relaciones internacionales de los programas de pregrado. Candidato a doctor por la Universidad Externado de Colombia, magíster en análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos.
@RafaPinerosA | rafael.pineros@uexternado.edu.co
Una nueva administración inicia el 20 de enero y con ella, como en el pasado, grandes esperanzas esperan ser cumplidas. Joe Biden, después de dos meses de acusaciones infundadas de fraude, amaño y robo electoral —auspiciadas principalmente por el presidente Donald Trump, en algunas ocasiones por miembros del partido republicano y en otras por grupos de extremistas como QAnon—, finalmente se despejó el camino para que el demócrata demuestre que puede unir y sanar las heridades electorales en una sociedad profundamente dividida por asuntos esencialmente de política interna y, al mismo tiempo, recuperar la confianza propia y de la comunidad internacional como aliado confiable.
Las expectativas son altas; las tareas, inaplazables; y el tiempo, escaso. Por ello, más que esperar grandes transformaciones, se debe analizar con realismo cada paso y medida implementada, de manera que no refleje las presiones de los grupos más radicales de su partido —en la que, por ejemplo, esperan una participación desmedida del Estado en la economía y asuntos públicos como salud y educación—, sino que también sirva para estimular el apoyo republicano a la hora de votar y aprobar proyectos sensibles en el Congreso: en materia de recuperación económica, un nuevo paquete de medidas de estímulo, apoyo de desempleo y a empresas; y aceleración del proceso de vacunación, otorgar recursos federales a los estados para contrataciones adicionales de personal y adaptar sitios de vacunación.
En ese sentido, el primer paso para unir debe ser la honestidad de cara al ciudadano, sin negar la gravedad de los asuntos de la pandemia o la economía, por ejemplo, sin buscar venganzas o revanchas políticas frente a la oposición —poco apoyo republicano para promover reformas institucionales— y encontrando una línea media que favorezca el consenso por encima de los intereses personales o partidistas. Nada fácil para comenzar. En ese sentido, aunque las instituciones políticas y sociales han hecho que Estados Unidos sea una democracia y un país fuerte, la república sigue siendo frágil frente a los desafíos que se le presentan de cuando en cuando.
Ahora bien, ¿qué posibles retos tendría en política exterior el próximo presidente?
Prioridades estadounidenses
No importa el apellido —Biden, Trump, Obama, Bush o Clinton, sólo para referirnos a los últimos inquilinos del 1600 de Pennsylvania Avenue—, cada presidente debe trabajar para beneficio de los ciudadanos de Estados Unidos. Aunque parezca obvio decirlo, es conveniente mencionarlo: las necesidades, las prioridades o los objetivos de ese país, sus empresas o ciudadanos, pueden ser muy diferentes a las de los demás países y, con ello, ser populares afuera y muy impopulares en Michigan o Missouri. En otras palabras, es muy difícil que la acción exterior deje contentos a todos.
Pero, en mi opinión, Estados Unidos enfrenta en materia exterior la necesidad de recuperar confianza en sí mismo y en los demás y trabajar con otros para alcanzar objetivos comunes.
El America First de Donald Trump, que se basó en un eje de confrontación bilateral, desprecio por lo multilateral y riesgo en la toma de decisiones, generó con el tiempo las mismas dudas o asuntos sin solucionar que dejó su antecesor en materia exterior, con el agravante de que Estados Unidos es para la comunidad internacional menos confiable hoy que en el pasado.
En primer lugar, desarrollar confianza significa atender las necesidades propias sin hacer irreconciliables las prioridades o intereses de los aliados y países cercanos. America First fue siempre lo primero y nunca lo segundo. En Europa y Asia, para poner sólo algunos ejemplos, Alemania, Francia, Japón y Corea del Sur, perdieron poco a poco la certeza de tener un aliado cercano en Washington, principalmente porque ese país veía más competencia que cooperación, confrontación que solución, intereses propios que compartidos, con lo cual se bloqueó la agenda tradicional de comercio, seguridad, cambio climático y muchos otros temas.
En segundo lugar, el desarrollo del multilateralismo moderno, es decir, el trabajo conjunto y el compromiso de diferentes actores para encontrar soluciones comunes a problemas globales, fue estimulado y muchas veces desarrollado por el país norteamericano. El creciente nacionalismo, la impotencia frente a las instituciones —que no reflejen siempre preferencias individuales sino las colectivas— los gastos crecientes y la incapacidad de lograr que todos los países tengan altos niveles de compromiso y cumplimento de los compromisos adquiridos han creado que se pierda la esperanza —no sólo en Estados Unidos sino en otros lugares— en el multilateralismo como una vía eficiente para disminuir riesgos y amenazas colectivas.
Hacia dónde dirigir el barco
Así las cosas, la tarea inicial de la administración entrante no debe ser en priorizar una cosa —diálogo con países cercanos, por un lado, y abandonar las causas comunes, por el otro—, sino más bien trabajar por el desarrollo y la ampliación de una gobernanza multinivel diferenciada, en la cual deberían ser la prioridad una actuación de las instituciones internacionales más eficiente, un nivel de compromiso propio y de los demás participantes que genere los incentivos adecuados para participar y respetar lo multilateral y no dejarlo de lado, así como un ejercicio más eficiente y transparente de cara a los ciudadanos.
En otras palabras, el devastador aumento del cambio climático y sus efectos sobre los ecosistemas naturales y la sociedad, las tensiones geopolíticas que pueden resultar en graves crisis migratorias y humanitarias y los riesgos asociados a las futuras pandemias, que pongan en riesgo tanto los Objetivos de Desarrollo Sostenible como otros loables intereses de la humanidad, requieren un Estados Unidos más sensato, confiable y predecible en la toma de decisiones, que no vea excluyentes los intereses propios y los de los demás, sino que favorezca un enfoque consciente de las limitaciones propias y de los beneficios evidentes del trabajo colectivo.