5 de agosto de 2021

¿Cuál es la democracia que busca defender el presidente Biden?

Muy por el contrario a lo que debería aplicarse en una gobernanza global democrática, los países privilegiados han mantenido las relaciones de poder, y los principios democráticos han brillado por su ausencia en la gobernanza global.

Manuel Alejandro Rayran Cortés

Docente de relaciones internacionales de FIGRI – Magister en Ciencias Políticas orientadas a las relaciones internacionales con especialidad en Diplomacia y Resolución de Conflictos de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica.

@ManuelRayranC | manuel.rayran@uexternado.edu.co


Como se afirma en el análisis “Lo que oculta la cruzada moral de defender la democracia enarbolada por el presidente Biden”, la actual administración demócrata ha establecido su estrategia nacional alrededor de la defensa de la democracia liberal, con el fin de reforzar sus lazos con sus aliados históricos europeos y así hacerle frente a China y a otros países. En ese sentido, Washington busca con sus acciones que los países democráticos mantengan su sistema político y obligar a las autocracias, a través de las sanciones internacionales, a transformarse en democracias, actuación que no es nueva en la política exterior estadounidense.

No obstante, esa cruzada simbólica está fundamentada en dos creencias erróneas. La primera es que la democracia liberal debe estar unida con la superioridad mítica del poder de Estados Unidos; y la segunda, pensar que si todos los países tienen un sistema político democrático es suficiente para que exista una ordenanza mundial democrática. Sin embargo, estas dos suposiciones son engañosas, pues la democracia liberal va más allá del liderazgo de Washington en los asuntos internacionales, y los principios democráticos también deben ser aplicados en el relacionamiento entre los Estados sin importar sus asimetrías.

Una ordenanza mundial y un sistema internacional realmente democrático y liberal deberían de recaer en el respeto auténtico de la autodeterminación de los pueblos, en la libertad que tengan los agentes para debatir lo político, aceptar la diversidad de los diferentes modelos de desarrollo y pensamiento, y crear mecanismos para integrar todo tipo de cosmovisión bajo la ley. Además, el miedo, que tanto divide y promueve la jerarquización; la superioridad mítica; la práctica de recurrir al pasado mitológico y glorioso para reemplazar los hechos reales; y el empobrecimiento del vocabulario compartido para reducir el debate y centrarlo en algo ideológico, simple o conflictivo, deberían de ser eliminados o, por al menos, ser limitados en su máxima expresión.

Sin embargo, desde 1945 con el establecimiento de una estructura hegemónica caracterizada por defender la democracia liberal, el capitalismo y la apertura económica, los principios democráticos liberales poco o nada se han cumplido en la vida internacional. El miedo, el vocabulario ideológico y reducido, el destino manifiesto como fuente mitológica de Estados Unidos, la homogenización de las cosmovisiones del mundo en la Occidental, y la violación constante a la autodeterminación de los pueblos han sido prácticas recurrentes.

Ahora, así como la relación entre los Estados asimétricos no ha funcionado bajo los parámetros democráticos, los temas que se abordan y sus discusiones tampoco han cumplido con esos estándares. Hay asuntos que es necesario abordar con seriedad, compromiso y de manera democrática porque son problemas de riesgo global. Algunos de estos peligros son: el cambio climático, la inestabilidad financiera, las desigualdades económicas y el arma nuclear, entre otros.

En ese sentido, si realmente la apuesta política es defender los valores democráticos liberales en la ordenanza global, los agentes privilegiados del sistema internacional empezarían por corregir las desigualdades económicas excesivas, a pesar de que esos cambios sean dolorosos para los actores que se han beneficiados de esas disparidades. Tendrían claro, además, que las inequidades extremas son un peligro para la realidad compartida porque resultan tóxicas para las democracias y la estabilidad internacional, pues debilitan la posibilidad de un debate conjunto y aumentan las divisiones sociales. Por último, los países con mayor capacidad agencial establecerían el debate desde la comprensión del otro, con empatía para encontrar soluciones a los problemas estructurales que los generan y no desde una perspectiva darwinista.

Sin embargo, y muy por el contrario a lo que debería aplicarse en una gobernanza global democrática, los países privilegiados han mantenido las relaciones de poder, y los principios democráticos han brillado por su ausencia en la gobernanza global. Lo anterior se materializa, por ejemplo, con el acaparamiento de las vacunas contra la COVID-19 por parte de algunos países desarrollados y la no liberación de la patente, convirtiendo el inmunizante en un elemento de valor estratégico con la que podrían dominar a los países más necesitados. De igual manera, se evidencia con que la pandemia de la covid-19 aumentó la desigualdad entre los más ricos y los pobres agudizando los desequilibrillos económicos. Por último, la ausencia de la democracia en el escenario internacional también se refleja con que, en medio de una pandemia mundial, los Estados prefirieran aumentar el gasto militar en casi 2 billones de dólares en 2020 – un crecimiento del 2,6% en términos reales en comparación con 2019-, que invertirlos en soluciones para controlar el cambio climático.

En conclusión, a pesar de que parezca loable la bandera moral de defender la democracia liberal, la verdad es que este tipo de estrategias a lo que menos apuntan es a defender la democracia en sí misma. Por el contrario, buscan enarbolar una batalla moral que gira alrededor de los intereses de unos pocos países y agentes del escenario internacional. La participación democrática y las libertades políticas también deben jugar un papel fundamental en la gobernanza global para encontrar soluciones a los problemas que aquejan a la humanidad. En ese sentido, es primordial eliminar el miedo, construir una seguridad colectiva y suprimir las prácticas que buscan explotar las identidades fuertes y excluyentes, para así recuperar una sociedad abierta, incluyente y fraterna.

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