17 de febrero de 2020

Brasil, ¿el país del futuro?

En su artículo de la Revista Experto, Paula Ruiz, directora de la Escuela de RR.II., explica por qué el liderazgo internacional y regional de Brasil fue, como diría el bolero, “una ilusión fugaz”. Poco queda de su carácter de ‘potencia emergente’.

Paula Ruiz

Directora de la Escuela de Relaciones Internacionales de FIGRI.

@PaulaXRuizC | paula.ruiz@uexternado.edu.co

Conceptos como el de “países emergentes” y BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) tienen el mismo origen: son el resultado de los informes que las calificadoras de riesgo y grupos financieros, como Goldman Sachs, empezaron a publicar en 2011 para calificar el comportamiento económico y comercial de un grupo de países con un aparente liderazgo regional. Estos conceptos fueron adoptados rápidamente en discursos académicos y políticos e, incluso, periodísticos.

Era tal el interés en el nuevo fenómeno que, por ejemplo, la prestigiosa revista británica de corte liberal The Economist dedicó diversos números a analizar el despegue de estas economías y su participación en el crecimiento mundial. Así mismo, varios estudios académicos analizaron el rol que dichas potencias emergentes ejercían en el marco de negociaciones multilaterales, por ejemplo las de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en las que se destacaba una posición dirigida hacia una “diplomacia del desarrollo”, por medio de la cual se pudieran mejorar las condiciones de acceso a los mercados internacionales para los países en desarrollo que decían representar.

Dentro de este grupo de países privilegiados, Brasil fue clasificado como el séptimo en materia de crecimiento económico a nivel mundial. Según el Banco Mundial, el gigante suramericano pasó de tener tasas de crecimiento en porcentaje del PIB del 5.8 para el año 2004 a 7,5 en 2010.

Todo este dinamismo económico se acompaño de una fuerte estrategia en materia de política exterior que mejoró la imagen de Brasil y lo posicionó en el escenario mundial como un global player. Esta potencia regional suramericana se atribuía el rol de líder natural e, incluso, vocero de los países del Sur, por medio de una fuerte narrativa en la que se destacaban la solidaridad, la horizontalidad y la cooperación sin condicionamientos, principios reiterativos en los discursos del expresidente Luiz Inácio Da Silva y su ministro de relaciones exteriores Celso Amorim.

La inserción internacional de Brasil estuvo acompañada del fortalecimiento de mecanismos de integración Sur-Sur que privilegiaban la cooperación al desarrollo hacia los países de lengua portuguesa en África (PALOP) y hacia América latina. Según un estudio coordinado en 2010 por el Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA, por sus siglas en portugués), el gobierno brasileño destinó entre 2005 y 2009 cerca de US$ 1.43 billones a la cooperación Sur-Sur, con iniciativas en las que participaban instituciones públicas.

Desde la Agencia Brasileña de Cooperación (ABC), adscrita al Ministerio de Relaciones Exteriores, se privilegiaba la trasferencia de experiencias y conocimientos en los campos de la salud, la educación y la agroindustria, acompañada de una dinámica diplomacia presidencial (2003-2013), bien recibida en los países en desarrollo.

El interés de Brasil por mejorar su statu quo en el sistema internacional, y por ser un abanderado de las causas ligadas al desarrollo de los países del Sur, se alineaba con las necesidades de sus socios y con el buen momento de la economía mundial. El liderazgo se mantuvo por medio de una diplomacia presidencialista pero respetuosa de los lineamientos de política exterior fijados desde Itamaraty, como se le conoce al servicio diplomático de Brasil.

No obstante, conforme cambiaron las dinámicas de la economía a nivel mundial, los años dorados de crecimiento de Brasil se vieron fuertemente afectados. La llegada de Dilma Rousseff al poder, como sucesora de las ideas del Partido dos Trabalhadores (PT), no se reflejó en un mayor crecimiento de la economía. En 2012, durante su primer año de gobierno, el crecimiento del PIB anual fue del 1,9 por ciento. Y luego de su salida de la presidencia, tras el juicio político de 2016, la economía decayó en un 3.3 por ciento. Así se entiende por qué la fortaleza de la política exterior brasilera –que, durante da Silva, a lo largo de una década, privilegió la cooperación entre países del Sur– paulatinamente empezó a perderse.

De esta manera, de ser un país destinado a ocupar un lugar especial en el sistema internacional, Brasil pasó a dejar al descubierto sus vulnerabilidades en materia económica que desequilibraron su papel de líder regional.

Una de las mejores definiciones sobre el acontecer en el país la da el diplomático Paulo Roberto de Almeida, para quien “las economías más prósperas son las de mayor innovación, y eso se consigue adquiriendo capacidades internas a partir de posibilidades externas” (2018, p. 186).

Durante casi dos décadas, el gigante suramericano tuvo todas las posibilidades de transitar hacia un desarrollo más estable, que le diera estabilidad macroeconómica y que le permitiera superar las barreras de la desigualdad. No obstante, son superiores sus problemas internos: violencia, pobreza, corrupción, un mercado enfocado hacia el consumo interno, que deja en evidencia cómo su política exterior es más un asunto de política económica.

Brasil se mantiene en el dilema de ser el país del futuro que no ha podido ser.

*Esta entrada apareció originalmente como un artículo en la revista Experto, No. 10, Primer semestre de 2020.

Referencias:

IPEA. (2016). Cooperação Brasileira para o Desenvolvimento Internacional 2011- 2013. Brasília: Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada. Recuperado de http://www.ipea.gov.br/portal/index.php?option=com_contentyview=articleyid=2852

Marcondes, D. y Mawdslet, E. (2017). South-South in retreat?. International Affairs. 93 (3), (pp. 681-699).

Pinsky, J., Costin, C., Saldiva, P., Lerner, J., & Bonduki, N. (2018). Brasil o futuro que queremos. (J. Pinsky, Ed.). São Paulo: Contexto.


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