13 de abril de 2020

La antidiplomacia brasileña

En esta entrada, la profesora Paula Ruiz analiza cómo, desde la llegada de Jair Bolsonaro al poder en enero de 2019 hasta la fecha, la política exterior de Brasil ha tomado un rumbo incierto, a lo que se suma la lenta respuesta del gobierno para hacerle frente a la crisis del COVID-19.

Paula Ruiz

Directora de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales.

Candidata a doctor por la Universidad Externado de Colombia y la Universidad de São Paulo, magister en derecho y relaciones internacionales y especialista en cooperación internacional.

@PaulaXRuizC | paula.ruiz@uexternado.edu.co

La crisis del COVID-19 ha llevado a un creciente interés académico por entender cómo cambia paulatinamente nuestra forma de convivir, de subsistir y hasta de opinar. No obstante, trátese de economía, de cultura, de educación, o de la vida personal hay un factor que sin duda resulta común en todos y es el político.

En estos momentos de total incertidumbre, todo depende de decisiones políticas, que pueden ser incómodas, restrictivas y sobre todo difíciles de entender e incluso de adoptar en muchos países, sean ricos, de renta media o pobres. Son, al fin y al cabo, decisiones que determinarán el rumbo de nuestras vidas a mediano y largo plazo. De ahí que resulte crucial el rol que cada líder adopte para el manejo de la crisis en cada uno de los países.

Sin embargo, a pesar de que se observa una respuesta generalizada de los mandatarios a nivel global por priorizar la salud y tratar de contener el ascenso del número de contagiados, hay otros que, a tres meses de iniciada la crisis, no han tomado decisiones contundentes y siguen ignorando los llamados reiterativos de la OMS, e incluso de sus propios gobiernos locales. Tal es el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, país en presentar el primer caso de coronavirus en América Latina y que cuenta con el mayor número de infectados en la región.

¿Pero, y por dónde empezar?

Bolsonaro, exmilitar y político electo como el presidente número 38 de la República de Brasil, su reputación de ultraderechista, conservador y nacionalista le precedía desde que era congresista, cargo que ocupó durante 25 años —en los que brilló más por sus polémicas declaraciones que por los proyectos que adelantó—.

Con cierto tono de nostalgia y de total orgullo, Bolsonaro evoca la grandeza de Brasil recordando la dictadura militar como una época de progreso, avance y orgullo nacional.

A lo largo de su vida política se afilió a ocho partidos y, finalmente, fue el Partido Social Liberal el que apoyó su candidatura a la presidencia. Tras su victoria en 2018 contra el candidato del expresidente Luiz Inácio Da Silva, Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT), la política brasileña dio un giro radical, incluso en lo que resultaba ser la tan admirada política exterior de Estado —y no de gobierno— que por décadas había privilegiado sus relaciones con los países en desarrollo, ahora denominados países del Sur global. Ante los ojos de Bolsonaro, el destino de Brasil ya no era el de ser el líder de los países del Sur, sino el de ser un país desarrollado en una región en desarrollo.

La prueba y error de la “nueva” política exterior bolsonarista

Durante su campaña presidencial, visitó Taiwán y señaló que el interés de China era el de comprar Brasil. Esta visita y estas declaraciones trajeron para Bolsonaro su primer roce diplomático con China, país con el cual Brasil ha mantenido a lo largo de la última década una importante relación comercial.

Una vez electo, sin retractarse en ningún momento, su postura sobre China cambió radicalmente: durante su visita ya como jefe de Estado, destacó la importancia de China en el mundo y en especial para Brasil. Pero este episodio, más allá de ser una anécdota más de lo que podría denominarse “las embarradas presidenciales de Bolsonaro”, fue una muestra del desconocimiento sobre asuntos de política internacional, así como del poco interés por representar los intereses del pueblo brasilero más allá de sus opiniones e intereses personales.

Otro giro inesperado lo dio en sus primeros 100 días como presidente, al darle a la agenda exterior un rumbo distinto al de muchos de sus antecesores que habían buscado mantener una relación cordial pero distante con los Estados Unidos, país al que siempre veían con recelo por su intromisión en los asuntos de la región. No obstante, para Bolsonaro, el modelo ideal de líder político era el del presidente norteamericano Donald Trump, por lo que su primera visita oficial fue a este país.

Sus siguientes viajes de Estado fueron a Israel, Japón y Corea del Sur, a los que calificó como ejemplos de los países con los que Brasil debía relacionarse. Se alejó así de los proyectos de integración regional, a los que continúa calificando de ideológicos, que afectan los intereses políticos y el ascenso económico de Brasil.

Lo anterior explica el anuncio en enero de 2020 del canciller Ernesto Araújo del interés del gobierno de Brasil por abandonar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), una organización intergubernamental creada en 2010 como espacio de diálogo y concertación en materia comercial y económica para privilegiar la cooperación Sur-Sur, una muestra más de su poco interés por la región y sus asuntos.

Y llega el COVID-19

El primer caso se registró en América del Sur el 26 de febrero, fecha en que São Paulo, una de las ciudades más pobladas del mundo, se encontraba en pleno carnaval. Según el Ministerio de Salud de Brasil, a la fecha en que se escriben estas líneas, el gigante sudamericano cuenta con 22.169 casos confirmados (https://covid.saude.gov.br), lo que hace de São Paulo el estado con el mayor número de casos, seguido por el de Río de Janeiro, Paraná y el Distrito Federal.

Las primeras declaraciones del presidente iban dirigidas a burlarse de la situación, al calificar la pandemia como una “simple gripa” que debía cuidarse como cualquier otra. Desde entonces, las medidas del gobierno para hacer frente a esta crisis sanitaria se han caracterizado por la puja y  por la desconexión entre el poder central y el federal. El presidente va por un lado y sus ministros van por otro; y muy lejos de estos, los alcaldes de las ciudades capitales y los gobernadores que, desde el inicio de la crisis, han clamado por medidas urgentes e, incluso, llegaron a afirmar que acudirían directamente al gobierno chino si el gobierno de Jair Bolsonaro no actuaba.

Sin embargo, un análisis realizado por los profesores Hugo Martis da Costa y Carlos Milani1 señala que el presidente Bolsonaro tuvo una política activa de velar por los intereses de sus conciudadanos, al darles respuesta a quienes se encontraban fuera del territorio brasileño: agilizó su regreso a través de la Agencia Nacional de Aviación Civil (ANAC) y logró traerlos de Wuhan (ciudad china origen de la pandemia) y de Cusco (Perú), luego de que este último país anunciara el cierre de todas sus fronteras.

A pesar de esta acción, lo que se vivía en el interior del gobierno era una verdadera “hiperpolitización de la crisis sanitaria”2. Dentro del gabinete, fue el ministro de salud el primero en tomar medidas de prevención y hacer llamados al cuidado. No obstante, sus declaraciones eran desautorizadas públicamente por el presidente que, por el contrario, seguía haciendo un llamado para que la gente saliera a las calles a protestar contra el Congreso. Aún cuando varios de sus colaboradores resultaron positivos por coronavirus, negó la gravedad de la enfermedad y lanzó la campaña “O Brasil não pode parar” (“Brasil no puede parar”), que fue acogida por sus seguidores y que, hasta hoy, ha hecho de ese país el más infectado de la región.

Referencias

1 Martis da Costa, H., MILANI, C. (3 de abril de 2020). Política externa e pandemia do novo coronavírus no Brasil: conjuntura entre 1/12/2019 e 31/3/2020, Blog DADOS, 2020. Recuperado de http://dados.iesp.uerj.br/politica-externa-e-pandemia-do-novo-coronavirus-no-brasil-conjuntura-entre-1-12-2019-e-31-3-2020/

2 Op. cit.


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