9 de noviembre de 2020

The Union and Constitution forever

Rafael Piñeros analiza los efectos que la reciente elección presidencial de Estados Unidos puede tener sobre ese país y sobre las relaciones internacionales.

Rafael Piñeros

Docente investigador de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales. Coordinador del área de relaciones internacionales de los programas de pregrado. Candidato a doctor por la Universidad Externado de Colombia, magíster en análisis de problemas políticos, económicos e internacionales contemporáneos.

@RafaPinerosA | rafael.pineros@uexternado.edu.co


El título de esta columna es el lema que usualmente acompaña los debates presidenciales y que expresa que la unión de la nación —estados que la conforman y la población— y la constitución política —símbolo máximo de la república— deben estar por encima de cualquier consideración partidista o ideológica. En unas elecciones marcadas por la pandemia de la COVID-19, con una pugnacidad inclemente entre los partidos republicano y demócrata, cobra mayor importancia porque había muchas cosas en juego.

La noche de elecciones del 3 de noviembre, como es costumbre, no sólo se votaba por elegir presidente; también, como es tradición, se renovaban 35 posiciones del Senado, 435 miembros de la Cámara Baja, 11 gobernaciones estatales, las 50 legislaturas estatales (es decir, el Congreso de cada estado) y más de 100 referendos de carácter estatales. Ese no fue un día cualquiera, sino el de la repartición entre los partidos tradicionales del botín político del poder nacional, estatal y local.

Estados Unidos elige presidente

Acá nos concentraremos en entender qué sucedió en las elecciones presidenciales.

Hasta el sábado 7 de noviembre no fue posible proclamar un vencedor. El triunfo que le fue reconocido finalmente a Joe Biden ese día, sin embargo, puede ser impugnado por el presidente Trump en algunos estados, dada la estrecha diferencia porcentual de los votos obtenidos por cada uno de los candidatos.

Con el Mapa No. 1, que se encuentra a continuación, podemos observar cómo ganó Donald Trump en 2016 y, con base ello, mirar qué fue lo que hizo su contrincante para vencerlo esta vez.

Mapa No.1
Colegio electoral 2016

Tomado de: https://www.washingtonpost.com/politics/2020/11/03/paths-to-victory-trump-biden/

Trump arrebató con muy estrechos márgenes tres estados que históricamente se inclinaban a favor de los demócratas: Wisconsin (10), Michigan (16) y Pensilvania (20). Si Biden ganaba allí, como hasta el momento está sucediendo, la presidencia sería del candidato demócrata. Así que la estrategia demócrata, en primer lugar, pasaba por recuperar el terreno perdido en los lugares que tradicionalmente habían sido de ese partido.

¿Qué sucedió para que esos estados votaran por Trump en 2016? Son al menos tres los factores que explican el cambio en las preferencias del votante: primero, un sólido trabajo de base, comunitario, efectuado en los últimos 10 años por el partido republicano para mostrar las falacias y mentiras que, según ellos, mostraban los demócratas respecto a la globalización; segundo, una transformación productiva, que generó que muchos trabajadores perdieran sus empleos porque las empresas han trasladado su producción a otras regiones, no sólo China, sino México y algunos países del sudeste asiático; tercero, promesas incumplidas y una retórica conflictiva frente a la globalización, la inmigración y el mundo en general.

Con el conteo de votos aún no finalizado, pero con una suma concluyente que ya otorgó la cifra mágica de 270 a Joe Biden, el mapa ha quedado más o menos de la siguiente manera:

Mapa No. 2.
Colegio electoral 8 de noviembre

Tomado de: https://www.nytimes.com/interactive/2020/11/03/us/elections/results-president.html

El mapa No. 2 muestra que la estrategia demócrata fue efectiva. Reconquistó los estados díscolos de 2016 y, además, posiblemente ha producido ganancias en Arizona (Ariz, 11) y, eventualmente, Georgia (GA, 16). Este último estado sólo ha votado 2 veces por demócratas en los últimos 50 años, lo cual, sin duda, es una victoria que transforma el mapa político para los años por venir.

¿Cómo podemos explicar la victoria de Joe Biden?

Hay varios elementos que podemos señalar sobre el particular. Primero, la confianza sobre un hombre mayor. A pesar de las múltiples críticas a una vida política con más de 30 años en el Senado, Biden sigue generando confianza, especialmente en grupos poblaciones como las comunidades negras y, en menor medida, las latinas. En el caso de las comunidades afro, hace 4 años no salieron a votar masivamente por la primera mujer candidata a la presidencia en Estados Unidos.

Segundo, considero que, a pesar de que algunos ven a Joe Biden como un “viejo aburrido”, logró la mayor votación histórica de su partido (Ver mapa No. 2) y arruinó de paso la también mayor votación del partido contrario. En otras palabras, ya fuera por su carisma o por las condiciones derivadas de la pandemia, que deja más de 10 millones de contagiados en ese país y también más de 220.000 víctimas mortales, la gente comprendió que debía buscar el medio que más le gustara para ejercer el derecho al voto, por correo o presencial, y con ello producir un cambio político. El hastío generalizado hacía la administración actual, su falta de empatía y la mala gestión que le ha dado a la pandemia, generaron un rechazo profundo a la posibilidad de reelegirla.

Tercero, la pérdida de confianza sobre Donald Trump en lugares históricamente republicanos. El estado de Arizona, por ejemplo, no había votado en los últimos 50 años por ningún candidato demócrata a la presidencia y Georgia sólo lo había hecho por candidatos sureños (Jimmy Carter, oriundo de ese estado y Bill Clinton, proveniente de Arkansas). La política confrontacional, la falta de resultados concretos en lucha contra el COVID 19 y la precariedad económica hicieron mella en las aspiraciones de ese exitoso empresario neoyorquino.

¿Qué podemos esperar de la administración Biden?

Si las demandas anunciadas por los republicanos no prosperan y finalmente puede tomar posesión el 20 de enero de 2021, creo importante considerar al menos los siguientes retos:

Primero, cerrar las heridas de una contienda muy reñida y agitada. Como lo mencionó en su primer discurso Kamala Harris, su fórmula a la vicepresidencia, Biden es un sanador de heridas. Eso quiere decir que tiene que buscar los mecanismos políticos adecuados para incentivar una agenda legislativa que favorezca a sus electores, pero también que sea aprobable por parte de la oposición.

Segundo, en su discurso de la victoria, Biden mencionó la importancia de trabajar unidos, más allá de las diferencias políticas, por recobrar la unión y el sentido colectivo, por establecer un nuevo tono en la política que no sea la pugnacidad o el desconocimiento del adversario y por trabajar por todos los americanos.

Retomar la senda de un Estados Unidos confiable, tanto a nivel interno como externo, será el desafío más apremiante para el presidente número 46 de la Unión, el de mayor edad en llegar a la presidencia (78 años cuando se posesione). Enfrentará retos tan grandes como los de varios de sus antecesores, que tuvieron que superar guerras civiles, guerras mundiales o profundas crisis económicas o financieras.

No todos los problemas que debe enfrentar Joe Biden son derivados de la acción (o de la inacción) del gobierno de Donald Trump; de hecho, muchos sobrepasan a la administración actual y, por el contrario, hacen parte de la estructura estadounidense. Encontrar un enfoque adecuado para lidiar con el ascenso de China, desarrollar una asociación estratégica con otros países asiáticos y con América Latina, retomar una senda de negociación adecuada con Europa, evitar el enriquecimiento de uranio por parte de Corea del Norte o Irán, hacen parte de la médula central de la política exterior de cualquier presidente.

Cuando faltan más de dos meses para su posesión, aún es muy temprano para intentar prever los resultados de este nuevo gobierno. Demos un espacio temporal y político para saber qué se propone lograr y cómo pretende alcanzarlo.

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